
La lista de nuestro profundo rechazo es seguramente infinita. Incluso podríamos elaborar listas personalizadas para cada personaje que nos ha decepcionado a lo largo del tiempo. Sin embargo, estamos ante un fenómeno universal, y la respuesta a esta pregunta no se limita a un contexto específico. Le sorprenderá al lector que podemos explicar la naturaleza de nuestra rabia contra los políticos a través de la psicología evolutiva.
El ser humano ha sobrevivido gracias a la cooperación. En las antiguas comunidades de cazadores-recolectores, la obtención de alimentos era difícil, y los cazadores a menudo regresaban con las manos vacías. Cuando alguien tenía éxito, compartía la caza con su comunidad, esperando que, en el futuro, los demás hicieran lo mismo con él. En otras palabras, la psicología humana evolucionó para premiar los comportamientos que favorecían la redistribución de recursos entre la comunidad.
¿Pero qué ocurría cuando un miembro de la comunidad no cooperaba y actuaba de manera egoísta? La respuesta universal era la rabia, una emoción diseñada para corregir el comportamiento del “tramposo” y fomentar la cooperación. Dado que las comunidades eran pequeñas, a los infractores se les daba la oportunidad de rectificar, ya que el número de posibles relaciones humanas era limitado.
¿Por qué mirar tan atrás? Podría pensarse que lo que ocurrió hace 10.000 años no es relevante para la política moderna, pero estaríamos equivocados. La evolución humana es lenta, y las adaptaciones cognitivas desarrolladas para resolver problemas antiguos siguen influyendo en nuestro comportamiento actual.
Así, la rabia contra los políticos surge de la percepción de que no están cooperando. Esto tiene implicancias fascinantes: la mayoría de personas no odian a los políticos simplemente porque hagan mal su trabajo, sino porque los perciben como autocomplacientes, aprovechándose del sistema en beneficio propio. Pensemos en la indignación que provocan sus aumentos de salario, las cirugías plásticas pagadas con fondos públicos o las alianzas ocultas con grupos de interés.
Los académicos John Alford (Rice University) y John Hibbing (University of Nebraska-Lincoln) plantean algo provocador: “La mayoría de las personas no se involucran en política para ser escuchadas, sino para limitar el poder de otros y evitar que tomen ventaja de sus posiciones”. En otras palabras, tendemos a asumir que siempre habrá tramposos en el sistema, aunque aun así aceptamos la necesidad de instituciones políticas.
Este conocimiento es fundamental para quienes diseñan sistemas de gobierno. Debemos construir instituciones que minimicen la percepción de abuso de poder: una separación de poderes efectiva, un sistema de justicia imparcial, elecciones limpias y frecuentes. Solo así fortaleceremos la legitimidad del poder político. Trabajemos por ello.