Un poquito de informalidad, por Andrés Calderón
Un poquito de informalidad, por Andrés Calderón
Andrés Calderón

“A mí, francamente, no me preocupa que haya un poquito de contrabando”. Me valgo del más reciente desliz del presidente Pedro Pablo Kuczynski para hacer un punto que tal vez haya estado en el subconsciente del mandatario cuando formuló la temeraria frase, sin que ello lo exima de la responsabilidad y costo políticos que acarrea. 

Un poquito de contrabando (como cuando compraste una de las carteras que se trajo tu tía de Estados Unidos para venderlas sin pagar nada en Aduanas). Un poquito de piratería (como cuando viste ese partido de fútbol en una señal clandestina en Internet). Un poquito de evasión (como cuando firmaste la lista de asistencia sin haber acudido a la capacitación en el uso de extintores en tu trabajo). 

La informalidad es un fenómeno más cercano de lo que creemos y un poquito de ella seguramente impacta o ha impactado en algún aspecto de nuestra vida. Pero más allá de esta constatación, existen diversos estudios que indican a partir de la realidad de algunos sectores (vivienda, mercado laboral o el mercado financiero) que la informalidad es inevitable y, añadiría yo, hasta cierto punto valiosa. 

Cierto es que la informalidad restringe el acceso a servicios estatales, encarece el crédito, consecuentemente, limita la productividad, reporta menores ingresos al fisco y perjudica a los competidores formales. La informalidad, sin embargo, también sirve para proveer información y mejorar la calidad de la regulación y servicios estatales. 

Un estudio reciente de Norman Loayza del Banco Mundial muestra que no hay una sola fuente de la informalidad y que las razones que la explican pueden variar de país a país. Así, este estudio intenta explicar, por ejemplo, por qué hay una mayor informalidad en el mercado laboral del Perú en comparación con el de Chile, concluyendo que esta situación se explica principalmente por problemas de gobierno (45% por poca libertad o flexibilidad en la regulación y 27% por la deficiente provisión de servicios públicos).

Para el caso peruano, entonces, la informalidad es especialmente útil pues bien entendida nos puede servir de diagnóstico para mejorar la calidad de la regulación y la calidad de las instituciones encargadas de aplicarla. Es una señal que el mercado le da al gobierno de una regulación o de entidades probablemente disonantes con la realidad. Más aun, dado que los mercados evolucionan rápidamente, la informalidad puede ser el resultado de una regulación que ha quedado desfasada.

Si hoy día hiciéramos un estudio de cuántas empresas cumplen cabalmente las normas de seguridad y salud en el trabajo, de defensa civil, o cuántas respetan la ley de protección de datos personales, apostaría a que los niveles de esa informalidad serían altísimos, incluso al interior de empresas clásicamente formales. Y esto debería ser un indicador de que tales regulaciones probablemente sean inalcanzables o ineficientes. 

Al momento de emitir nuevas normas o crear nuevas entidades no se suele advertir cuánta informalidad podrían generar o, dicho de otro modo, cuán practicables serán para las personas y empresas que tendrán que cumplirlas.

Si PPK y su Gabinete entienden que es ilusorio eliminar del todo la informalidad, más que mostrarse especialmente tolerantes con ella, deberían abocarse a eliminar las causas que la originan.