(Ilustración: Giovanni Tazza)
(Ilustración: Giovanni Tazza)

“Papi, ¿a qué edad fui arquera?”, me preguntó mi hija Helena el 8 de marzo en que se celebró el Día Internacional de la Mujer. “Creo que entre los 8 y 13 años, como también lo fue tu hermana Doris cuando era chica”, respondí. 

Bueno, ese diálogo era inconcebible apenas 30 años atrás. Ahora Helena es profesora en un importante centro de idiomas y Doris tiene su propio negocio. Para remate, además de futbolistas son chamberas.  

Hace 30 años ni que se le ocurriera a un colegio formar un equipo de fútbol femenino. ¿Por qué una mujer no podía jugar al fútbol, no solo amateur sino profesional? ¿Por qué una mujer tenía y tiene que ganar menos que un hombre por el mismo trabajo que acarrea la misma responsabilidad? Nada biológico demuestra que debe ser así y tampoco nada científico, es puro prejuicio. 

Absolutamente todas las ideas sobre la inferioridad de la mujer respecto al hombre son falsas. Ciertas teorías afirman que son producto de una sociedad patriarcal que nació durante la llamada revolución agrícola en el Neolítico. En ese entonces, la mujer era educada para considerar a la familia y la procreación como el único fin, la única razón de ser de su existencia. 

Pese a que en muchos aspectos todavía persiste esta forma de dominación, las mujeres empezaron, hace poco más de 100 años, un proceso de liberación para salir de las ataduras del prejuicio. No obstante, aún sufrimos las consecuencias de esta sociedad patriarcal. 

La dominación del hombre sobre la mujer es de larga data. Por ejemplo, entre los judíos y otras culturas semitas, a la mujer adúltera había que condenarla a muerte y la ejecución de esta condena consistía en matarla a pedradas. ¿Y quién condenaba al hombre adúltero? Nadie, porque la mujer era propiedad del hombre.  

Allí está también el ejemplo de la sabia intervención de Cristo: “Quien esté libre de pecado que arroje la primera piedra”. ¿Podía haber quizás alguna pena para el hombre? El artículo 213 del Código de Hammurabi dice: “Si un hombre golpea a la esclava de un hombre superior y le provoca así el aborto de su feto, pagará dos siclos de plata”. Sin comentarios, el criminal no va ni a la cárcel. 

Una perla más: en Roma, durante la época auroral de la república, algunas patricias (así se les llamaba a las nobles romanas), pudieron ejercer el derecho. Había una excelente abogada conocida como Calpurnia que ganaba todos sus juicios y como ella algunas otras. Dado este hecho, los abogados hombres se asustaron, entonces influyeron en el cónsul para que promulgara un edicto que prohibía a las mujeres ejercer la abogacía. 

Otro ejemplo nos lo ofrece Yuval Noah Harari en su recomendable obra “Sapiens: de animales a dioses”. “Más de 3.000 años después, cuando la China comunista promulgó la política del ‘hijo único’, muchas familias chinas continuaron considerando que el nacimiento de una niña era una desgracia”, escribe. 

El voto de la mujer es la más grande revolución en la historia de la evolución de la democracia. Pese a ello, aún existen países, algunos en el Medio Oriente, en donde las mujeres no están permitidas de votar, ni pueden siquiera asistir a un partido de fútbol. 

Las diferencias establecidas entre hombres y mujeres son culturales. Se basan en prejuicios. Y no hay nada más peligroso que unos prejuiciosos asuman que sus ideas son verdades universales. 

Por ejemplo, se sabe que en promedio el cerebro del hombre es aproximadamente 9% más grande que el de la mujer. Algunos machistas se aferran a esta diferencia para decir que el hombre es más inteligente. Eso es falso.  

Al respecto, la doctora Louann Brizendine, neuropsiquiatra de la Universidad de California, en su libro “El cerebro de la mujer” sostiene que más del 99% del código genético de los hombres y las mujeres es exactamente el mismo. Hay 30.000 genes en el genoma humano, con un pequeña variación del 1%, pero esto no significa que unos sean más inteligentes que las otras.  

Como para mí la historia tiene sentido, la tendencia a futuro será la liberación de la mujer, con más avances en unos países que en otros. ¿Y en el Perú? Pronostico pocos avances reales porque nos falta una vida más humana, justa y ética. Primero debemos reconocer al otro –a la otra– en condiciones de igualdad.