Progreso moral, por Gonzalo Portocarrero
Progreso moral, por Gonzalo Portocarrero
Gonzalo Portocarrero

El uso cada vez más frecuente de la palabra ‘corrupción’ representa un hecho que debe ser valorado como una defensa contra la realidad que nombra y (des)califica. 

La toma de conciencia de que la sociedad peruana funciona con altos niveles de corrupción es un primer paso en la lucha contra la transgresión sistemática de la ley que es precisamente la corrupción. La corrupción como gobernabilidad mafiosa se ha extendido explosivamente en las últimas décadas. 

El ‘boom’ económico ha multiplicado las oportunidades de obtener beneficios ilícitos. Por otro lado, el debilitamiento de la moralidad pública ha llevado a que la corrupción se generalice y “democratice”. Pero aun más rápido que el crecimiento de la corrupción ha sido la proliferación de las denuncias de los actos de corrupción. 

Me refiero a la creciente labor fiscalizadora de los medios de comunicación. Por diferentes razones, las empresas de comunicación pugnan entre sí por “destapar”, y hacer visibles, las situaciones de corrupción más escandalosas. A veces desde una perspectiva sensacionalista que, sin una investigación seria, retuerce la noticia para satisfacer el morbo de la audiencia. 

Pero en otras ocasiones buscando credibilidad para su nombre/marca, y promoviendo el compromiso y el talento de muchos periodistas y comunicadores. En todo caso, el desarrollo del periodismo de investigación es paralelo a la emergencia de un público interesado en la verdad. Los medios de comunicación tienden a arrinconar e iluminar la corrupción.

Entonces la corrupción se ha convertido en uno de las grandes temas de la agenda pública. Y los políticos, aunque sea por conveniencia antes que por vocación, tienen que esgrimir un discurso de lucha contra la corrupción. 

El espíritu de los tiempos está cambiando, pues la gente se da cuenta de que la corrupción es un cáncer que destruye las posibilidades de progreso social y desarrollo humano en nuestro país. La manifestación más clara de esta toma de conciencia es el desprestigio de los candidatos que como Alejandro Toledo y Alan García arrastran sospechas, que no han podido rebatir, de manejos fraudulentos y corruptos. 

Y a la inversa: la súbita popularidad de Julio Guzmán, un candidato que, por su misma trayectoria, breve pero limpia, viene a representar la esperanza de una ruptura con el pasado, la ilusión de un nuevo comienzo. 

El combate contra la corrupción, que empieza a tomar vuelo, puede compararse con la lucha contra la opresión sobre el indígena. Desde el momento inicial de la invasión europea se alzaron voces, como la de Bartolomé de las Casas, que cuestionaron de raíz la legitimidad de la empresa conquistadora. 

Esas voces no lograron imponerse en la superficie de la vida cotidiana, pero sí generaron una mala conciencia, pues la opresión colonial era la negación práctica, y sistemática, del mensaje cristiano de la caridad. De este conflicto entre la avidez por el dominio y la riqueza y, por otro lado, los mandatos del evangelio, surgió el indigenismo como denuncia de la injusticia sobre la que se fundamentaba el orden social, y también, como aspiración a la prevalencia del respeto muto y la solidaridad entre los peruanos. 

La fuerza creciente de la causa indígena minó la autoridad del colonialismo y de la figura que encarnaba su desprecio por los valores cristianos: el gamonal, codicioso, inculto y abusivo. 

Ahora bien, si miramos desde una perspectiva de largo plazo, es visible que el indigenismo está ganando la guerra. Habrá muchos abusos, pero el retroceso de las teorías racistas hace imposible justificar estos despropósitos y coloca al grueso de la opinión pública a favor de la causa indígena. Es sintomático que en Chiapas el papa Francisco pidiera perdón a los pueblos indígenas por tanto sufrimiento ocasionado por la colonización europea. 

Entonces contra el escepticismo criollo, desconfiado y melancólico, hay que decir que el progreso moral es posible y se ha dado en nuestro país en el campo de la lucha contra el colonialismo. Y ahora está empezando a darse en la lucha contra la corrupción. 

Y hay que remarcar que en la batalla contra el colonialismo fue decisivo el aporte de los creadores de cultura, en especial los narradores y poetas que redescubrieron la situación peruana haciendo visible la opresión y la injusticia, a la par, que las grandes posibilidades creativas preservadas en el mundo indígena. 

Entonces, que la conciencia pública haya interiorizado la necesidad de la lucha contra la corrupción es un triunfo muy significativo. Y estamos ya palpando los primeros resultados en la forma de un deseo de ruptura con el pasado.