La Punta centenaria, por Carmen McEvoy
La Punta centenaria, por Carmen McEvoy
Carmen McEvoy

Mientras que los peruanos hemos vivido de espaldas a un mar rico en recursos y en belleza natural, existen lugares –como – donde resulta imposible evadirlo y menos escapar a una puesta de sol. Cabe recordar que la antigua aldea de los Pitipiti fue sumergida por el tsunami que sucedió al terremoto de 1746. Y es que en ese abrazo simbólico entre la costa peruana y el mar que la baña el encuentro con La Punta es uno de los más efusivos. La situación anterior es causa de su vulnerabilidad, pero también de la perspectiva –frente a la vida– que inspira ese océano inmenso que la rodea. Así, desde la magia de San Lorenzo hasta la serenidad de , La Punta, que mañana cumple su primer centenario como distrito, ostenta un destino marinero que hunde sus raíces en un pasado milenario. 

Pese a que La Punta es un lugar especial, no debe olvidarse su modesto origen y mucho menos su despegue durante los años de la llamada República Aristocrática. Porque, salvo algún relato sobre los pescadores que la poblaron, existen escasas referencias, durante el temprano siglo XIX, sobre esa “punta del Callao” donde se inmoló José Gálvez en el torreón de La Merced. Será a partir de la inauguración del ferrocarril Lima-Callao (1851) que el nombre de La Punta y de sus hoteles y locales más emblemáticos aparecerán en los relatos de los viajeros. Estos se mostraban entusiasmados por la placentera belleza de la pequeña villa de pescadores y de la isla que la contemplaba. Sin embargo, y pese a sus atributos y a la actividad económica que ahí se desarrollaba, la dependencia con el se mantuvo hasta inicios del siglo XX. Es importante subrayar que antes de su tránsito de caserío a distrito una ley, promulgada durante el gobierno de , formalizó la venta de terrenos punteños, promoviendo la construcción de un gran malecón costero por cuenta del Estado. 

De la promulgación de una norma tendiente a la construcción de un espacio público con vista al mar a esa otra que otorgó al viejo caserío la categoría de distrito transcurrieron nueve años. Durante ese tiempo llegaron a La Punta nuevos hoteles, además de restaurantes y miles de nuevos visitantes. Cabe subrayar que la gran transformación vivida por La Punta no fue ajena a los importantes cambios sociales y económicos que vivió el Perú, en el período que siguió a la reconstrucción. La consolidación de una élite económica en busca de lugares de esparcimiento y diversión, así como el surgimiento de una mesocracia con afán de movilidad social y emulación colocaron a La Punta en una situación expectante. 

A un siglo de su creación como distrito, sería interesante evaluar qué le puede ofrecer esa pequeña punta de canto rodado a un país fracturado y agotado por excesos y frivolidades. El contacto con la naturaleza, la relación cordial de una comunidad donde los pequeños negocios logran mantenerse y la vida simple y segura de sus vecinos, muchos de los cuales se movilizan en bicicleta, pueden ser el punto de partida para repensar una sociedad más amable e inclusiva. De cara al siglo XXI, La Punta conserva aún su identidad aldeana apostando por un futuro que está ligado, como lo estuvo por miles de años, a la inmensidad del mar.