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Que todo cambie para que nada cambie
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¿Cómo lograr entender un país que vive en una constante crisis política, agobiado por el crimen organizado, con 9,4 millones de peruanos en la pobreza y cuya principal preocupación es que la nueva sucesión constitucional no vaya a afectar la economía y las inversiones? Poco importa que los políticos que llevamos al poder respondan a intereses ilegítimos. Mientras la economía siga creciendo, estamos llamados a mantener una supuesta estabilidad.
¿Pero de qué estabilidad hablamos cuando el Perú enfrenta una crisis sistémica, en la que la corrupción ha vaciado el sentido de la política y las economías ilegales han penetrado los tres poderes del Estado? Las instituciones públicas y políticas han perdido legitimidad y la mayoría de peruanos considera que nuestra sociedad está rota, que nuestras divisiones son profundas y que enfrentamos grandes problemas estructurales. Ocho de cada 10 peruanos se sienten agraviados, que no son escuchados y que sus necesidades son ignoradas. Y frente a esta situación no hay nadie que les proponga una solución.
El ejercicio mediocre y cortoplacista de la política durante las últimas décadas ha limitado el desarrollo de nuestro país, generando conflictividad social, polarización y desesperanza. Pero la vacancia de Boluarte no va a resolver la crisis. La profundizará aún más. Porque los peruanos insatisfechos con el sistema no se sienten representados por los políticos. No confían en ellos y consideran que cada decisión que toman es solo para beneficiarse, satisfacer sus intereses particulares y enriquecerse a costa del Estado. Salvo algunas excepciones, la mayoría de los gobernantes, congresistas y políticos no ha ejercido un verdadero liderazgo y ha contribuido a la fractura social en el Perú, perdiendo toda legitimidad. Y mientras los congresistas pactan bajo la mesa, los peruanos no pueden salir a trabajar, subirse a un bus de transporte público, llevar a sus hijos al colegio o ir a un concierto sin miedo. Frente a ello, la clase política no tiene respuestas.
Pero quieren hacernos creer que están comprometidos con el desarrollo del país, cuando la realidad es que vacar a Dina es parte de una estrategia, donde han buscado cambiar todo para que nada cambie. Para que el mercantilismo político se mantenga, evitando las transformaciones reales y profundas que el país necesita. Y, en el camino, una derecha miope y egoísta está solo preocupada porque la economía no deje de crecer, para así no perder privilegios. Y una izquierda mediocre y cortoplacista busca incendiar el país para capitalizar votos.
Si queremos realmente construir un país, tenemos que empezar por ver la realidad y llamar a las cosas por su nombre. Sin temor y sin ambigüedad. El Perú es un país donde el 70% vive fuera del sistema y que, pese al crecimiento económico, ha sido incapaz de proveer educación, salud, seguridad y calidad de vida digna a millones de peruanos. No hemos podido enfrentar la enorme insatisfacción de los ciudadanos. Y si no reaccionamos pronto, esa insatisfacción puede hacer que el país sea ingobernable. Hace unos días, en Ayacucho un grupo de manifestantes rechazó a Ángel Manero, ministro de Desarrollo Agrario de Boluarte. En Juliaca, Philip Butters tuvo que ser protegido con un cerco policial de un grupo dispuesto a lincharlo. Y en Lima, una persona con un arma de fuego fue intervenida en un evento público del alcalde de la capital.

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