
El alcalde de Lima está desbocado. Ha publicado en su cuenta de X un agravio contra el periodista Nicolás Lúcar. El comunicador había revelado que Rafael López Aliaga, cuando fue regidor, dio su voto a favor de la constructora brasileña OAS para el proyecto Línea Amarilla.
“¡Feliz San Valentín! ¡Pobre diablo...! ¡Destructor de familia!”, escribió en su cuenta López Aliaga. Adjuntó un video de Lúcar en una situación de intimidad extramatrimonial, hecho público hace 13 años.
La respuesta de López Aliaga es moralmente baja e intelectualmente nula. ¿Firmó o no firmó el acuerdo con OAS?
Después el alcalde ha sostenido que en esa época no se sabía que la constructora brasilera era corrupta. También ha dicho que, posteriormente, Susana Villarán cambió el contrato para beneficio de la empresa y por acto de corrupción.
Lamentablemente, López Aliaga no redujo su respuesta a estos hechos, bastante razonables. Agregó no solo el insulto (“pobre diablo”), sino la intromisión en la vida personal del periodista (“destructor de familia”).
No es cierto que se destruyera una familia (Lúcar siguió y sigue casado). Lo grave es recurrir a un tema de intimidad familiar, que debió y debe quedar siempre en ese ámbito de la familia.
En realidad, el que pretende destruir o dañar una familia, con estos recuerdos, es Rafael López Aliaga. Comete difamación. El hecho pudo ser cierto, pero, si “puede perjudicar su honor o reputación”, califica como difamación.
El señor López Aliaga quiere ser presidente del Perú. Imaginemos por un momento que llega al sillón presidencial. ¿Se abstendría de usar a la Dirección Nacional de Inteligencia para combatir a sus críticos?
La imagen que da el señor alcalde de Lima es la del que usa el poder sin límite. Es la imagen de una metralleta suelta.
No saldrán listas de firmantes en apoyo de Lúcar. No saldrá el IPYS o el IDL a defenderlo.
Así es como empiezan los abusos de poder. Atacando impunemente a quien no tiene defensa, para luego extenderse a los que la tienen débil, hasta alcanzar a todo el que se pueda y todo el que se oponga.
Una cosa es responder críticamente; otra, querer hacer daño en lo personal y familiar. Para ser radical se requiere dar respuestas radicales, no insultos radicales; se requiere argumentos, no agravios.
Este caso va más allá de Nicolás Lúcar. Destapa la naturaleza no solo irascible sino infractora de una autoridad. No se debe dejar pasar.