Ilustración: Giovanni Tazza
Ilustración: Giovanni Tazza
Santiago Roncagliolo

No hay nada más detestable que la Navidad. En los comerciales de televisión, los niños dicen ser felices porque sus padres les compran cosas innecesarias. Los compañeros de oficina se obligan mutuamente a hacerse regalos y recitarse discursos aunque se odien. Las tiendas y calles peruanas se recargan de adornos de nieve y trineos, como si nadie notase que es verano. Y no falta el iluminado que se pone a servir el chocolate caliente que no bebe en agosto. Parece una convención de mentiras, una emisión incesante de buena onda postiza, que consideramos apropiada porque sale en la tele.

¿Qué pasaría si las cosas fueran al revés? ¿Si decidiéramos por un año, como experimento, decir todo lo que pensamos de los demás? ¿Y sobre todo, si las familias, en lugar de derrochar edulcorante a mansalva, se soltasen alrededor de la mesa todas las verdades que se guardan para no hacer daño?

Esa es la premisa de “El sistema solar”, la nueva película de Baltazar Caravedo y Daniel Higashionna que se estrenó la semana pasada estoicamente, mientras el país se entregaba a la vorágine del fútbol.

La historia de “El sistema solar” transcurre por entero en la Nochebuena de una familia, en la que revientan todos sus tormentos, culpas y fantasmas. A grandes rasgos y sin ‘spoilers’: el padre ha tratado siempre mal a sus hijos, que lo culpan de su incapacidad para valerse por sí mismos (especialmente el pusilánime, porque la esquizofrénica se cree más independiente). Y ahora todos juntos, nietos y abuelos, madres y madrastras, se van a cobrar todas las venganzas durante la cena.

Es muy difícil adaptar al cine una obra teatral sin que suene afectada o exagerada. El escenario exige más drama e intensidad que la cámara, especialmente tratándose de un texto de Mariana de Althaus, nuestra Tennessee Williams nacional, cuyos personajes siempre están arrancándose la piel unos a otros con cortaúñas. Los críticos españoles y peruanos han sido bastante duros con el histrionismo del filme.

Yo creo que los actores salvan dignamente el reto –especialmente difícil para Gisela Ponce de León, que debe cantar y sufrir un brote psicótico– pero a veces sus esfuerzos se estrellan contra el peor enemigo de la película: su locación principal, una sala demasiado lúgubre, oscura y recargada, que por momentos parece una jaula. Ya que toda la trama iba a ocurrir de noche en una casa, al menos podrían abrirle la puerta del jardín. O en última instancia, las paredes podrían tener un color más luminoso que el verde pantano.

Sin embargo, si el espectador no padece de presbicia o vista cansada, y consigue atravesar la oscuridad ambiental, podrá sentir que esta historia lo toca de cerca. Y es que la familia Del Solar, con todos sus tormentos y culpas, con sus venenosas miserias, no guarda menos rencillas que cualquier otra, y no se ha hecho más canalladas que el promedio. Sus puñaladas mutuas son las que todos nos clavamos, y a pesar de ellas, como nosotros, los Del Solar se vuelven a reunir en Nochebuena, a alimentarse de su propia bilis. Porque solo quienes te aman pueden odiarte de verdad.

“El sistema solar” nos recuerda que el dolor forma parte de nosotros, de nuestra cuna y nuestra tumba, y que sin él, solo seríamos maniquíes sin relleno. Se trata de una verdad dura pero insoslayable. Quizá la Navidad resulta tan odiosa porque es cuando más nos cuesta negarla.