"Ahora mismo, el Perú, como muchos países de nuestro entorno, vive su peculiar ‘baby boom’. Con un promedio de edad de menos de 30 y una creciente clase media, tenemos la oportunidad de consolidar fondos que garanticen el bienestar de varias generaciones". (Ilustración: Rolando Pinillos Romero)
"Ahora mismo, el Perú, como muchos países de nuestro entorno, vive su peculiar ‘baby boom’. Con un promedio de edad de menos de 30 y una creciente clase media, tenemos la oportunidad de consolidar fondos que garanticen el bienestar de varias generaciones". (Ilustración: Rolando Pinillos Romero)
Santiago Roncagliolo

Recuerdo cuando llegaron las Administradoras de Fondos de Pensiones (AFP) al Perú. Corría la ultraliberal década de 1990, veníamos de un Estado en quiebra y el modelo chileno de privatización de las pensiones parecía más seguro para una jubilación digna. En ese momento, cualquier cosa parecía más segura que el Estado para cualquier cosa.

En los últimos años, sin embargo, el propio Chile alberga dudas sobre el sistema. Según un reciente reporte de BBC Mundo, las AFP de ese país recaudan demasiado y pagan muy poco. Sus beneficios empresariales consumen casi tres cuartas partes de sus ingresos, mientras que muchos afiliados reciben jubilaciones por debajo del salario mínimo. Además, las pensiones dependen del mercado, por lo que no están técnicamente garantizadas. Desde el 2016, masivas manifestaciones han expresado el descontento de los trabajadores chilenos con esta cuestión.

En el Perú, claro, todo es siempre diferente. Desde el comunista chileno más radical hasta el economista más puro de la escuela de Chicago se sorprenderían al leer los informes en este Diario, según los cuales, la misma gente que abandonó el sistema público, ahora abandona en masa el privado. El 95% de los afiliados a las AFP –o sea, casi todos– retiran el total de su dinero del fondo en cuanto pueden, renunciando a beneficios, garantías y hasta a la cobertura familiar de Essalud en caso de deceso. Con las cifras en la mano, se puede afirmar que los peruanos, simplemente, no queremos pensiones.

Nuestros jubilados tienen buenas razones para no creer en nada. Si eres un peruano de 65 años, la vida te ha demostrado que todo lo sólido puede desvanecerse en el aire. De modo que muchos retiran el dinero para administrarlo personalmente. Los especialistas calculan que buena parte del circulante se destina a depósitos a plazo fijo. Y otra, a la compra de vehículos para hacer taxi o servicios de transporte. El lema del jubilado peruano es “más vale billete en mano que pensión volando”.

La cuestión es: ¿Qué pensarán los jubilados del futuro?

Ahora mismo, el Perú, como muchos países de nuestro entorno, vive su peculiar ‘baby boom’. Con un promedio de edad de menos de 30 y una creciente clase media, tenemos la oportunidad de consolidar fondos que garanticen el bienestar de varias generaciones.

Las pensiones son mucho más que una decisión individual. Son cruciales para la supervivencia de un país. Garantizan el consumo, que es el motor de la economía. En caso de crisis, como ocurrió en España, mantienen a flote a las familias. Fomentan la movilidad, ya que ahí donde el Estado garantiza las condiciones de vida, se desalienta la concentración del poder en familias. Favorecen el acceso al trabajo de personas, sobre todo mujeres, que sin ellas, deben dedicarse tiempo completo a cuidar de sus mayores. Y quizá lo más importante: constituyen un patrimonio compartido, una propiedad que debemos cuidar entre todos, estrechando el compromiso entre los ciudadanos y el Estado. Por todo eso, debemos contar con un sistema público digno en el que aporten todos los trabajadores, sin perjuicio de que, quien pueda, además contrate planes privados.

Pasamos mucho tiempo discutiendo grabaciones a funcionarios de origen siniestro. O peleando por el indulto a prisioneros con parientes importantes. Quizá deberíamos debatir más temas de fondo. Las pensiones son uno de los más importantes: forman nuestra red de seguridad y la del Estado. Un sistema sólido de beneficios públicos es útil para nuestra vida personal y necesario para la sociedad. Debemos reclamarlo, porque los políticos no harán nada que no les exijamos.