Existen tres religiones universales. El cristianismo, islamismo y budismo. El judaísmo y el shintoísmo son nacionales. Entre las universales, sumando a todo el cristianismo –ortodoxo, católico-romano, copto y los denominados protestantismos–, la tiene la mayor cantidad de seguidores, sobre todo por su importante presencia en América Latina.

Con más de 2.000 años de existencia ha marcado una fuerte tendencia en el mundo, no por ello sin haber pasado por momentos difíciles a lo largo de su historia de tipo teológico, político, económico, cultural, social y moral. Cabe destacar que entre la Iglesia fundada luego de la muerte de Cristo a la actual ha corrido mucha agua bajo el puente y en este proceso se han realizados diversos concilios para fijar su destino.

La pregunta es si ahora ha llegado nuestro momento y estamos en un nuevo signo de los tiempos. El ha convocado a una gran asamblea. Ella debe empezar a movilizarse a través de un gran debate democratizador. Como se sabe, se ha empezado a aplicar una reforma en la curia romana que tiende a reducir el poder central, porque las conferencias episcopales podrán decidir sus temas locales sin referirse a Roma. Esta convocatoria del Papa se resume en una sola frase acuñada por él: El Espíritu Sinodal.

Cómo será este espíritu, qué trae consigo, quiénes estarán dentro de él y quiénes se resistirán a aceptarlo, son la principales interrogantes al respecto. Precisamente en este sínodo está la gran reforma que quiere Francisco. Estos sínodos, que en el fondo son asambleas, se inscriben en lo más tradicional de la Iglesia en donde las principales decisiones son tomadas colectivamente bajo la conducción del jefe de la comunidad. La Iglesia Ortodoxa ha mantenido esta tradición. El Patriarca, que es el título de la máxima autoridad espiritual de esta Iglesia, aunque con poder, no puede decidir nada de importancia sin el voto de su santo sínodo integrado por los obispos.

Este es el espíritu democrático que el Papa quiere insuflar, espíritu democrático donde participen los católicos, hombres y mujeres. Precisamente, para lograr este objetivo, en el 2021, cuando arreciaba la feroz pandemia y cuya secuela todavía continúa en algunos países, el Papa lanzó la idea de un sínodo especial sobre lo que él llama la sinodalidad, el cual se desarrollará durante todo el presente año y en todas las diócesis. La reunión final y decisiva tendrá lugar en octubre del próximo año, para luego votar las propuestas que Francisco pondrá a disposición en el 2024.

Este sínodo, según algunos entendidos, se asemeja a la gobernanza de las iglesias ortodoxas, pero incluso también al de las protestantes. En el fondo, podría ser una revolución al interior de la Iglesia, si es que logra sus objetivos, porque sería un cambio completo entre los cristianos-católicos, normalmente acostumbrados a seguir las decisiones de la jerarquía.

Por otro lado, no cabe la menor duda de que esta tendencia está inquietando a la curia romana más conservadora. ¿Pero cuáles son esta reformas de temer para algunos y no para otros? Un discurso más caritativo respecto a su actual posición sobre la homosexualidad que es considerada pecaminosa. Para un sector, condenar esta orientación sexual es una posición errónea. De paso, y esta es una opinión personal como católico, no he encontrado en el Nuevo Testamento, palabras de Cristo en contra de la homosexualidad. En cuanto al celibato, la pregunta que los reformistas hacen es si los sacerdotes deben ser célibes o no. Finalmente, se replantea el rol de las mujeres y de las monjas para que participen más en el santo sacrificio y puedan tener sólidas posiciones de poder.

Estos tres puntos, como se ha indicado, han samaqueado a los conservadores. Por eso, en una reunión con los jesuitas eslovenos realizada en Bratislava, el Papa les dijo que sufría ver que en la Iglesia se instale la ideología del retorno al pasado, especialmente en algunos países. Para algunos, como el Cardenal Óscar Rodríguez Madariaga, que dirige el Informe Nacional Católico, esta oposición a las reformas de un Papa proveniente de la periferia y no del centro dominador, en el fondo es una oposición a las cambios producidos debido al Concilio Vaticano II y por extensión, decimos nosotros, a la Conferencia de Medellín que promovió y puso en práctica un cristianismo liberador y emancipador que vincula, como dice el filósofo español Francisco Fernández Buey, la religiosidad liberadora y su compromiso con la humanidad sufriente.


Francisco Miró Quesada Rada Exdirector de El Comercio