(Ilustración: Giovanni Tazza)
(Ilustración: Giovanni Tazza)
Gonzalo Portocarrero

Llama la atención cómo partidos de izquierda ultra, con resultados electorales casi nulos, conservan una gran capacidad de movilización social, como queda patente en el desarrollo de la huelga magisterial. ¿Cómo explicar que los maestros, como casi toda la ciudadanía peruana, rechacen las opciones políticas radicales pero que, al mismo tiempo, estén dispuestos a seguir las opciones de estos pequeños grupos en la lucha reivindicativa? A esta pregunta debería añadirse otra: ¿por qué estos grupos logran el apoyo de los gobiernos regionales y de una parte significativa de la ciudadanía peruana?
No hay una respuesta fácil a esta pregunta, pues hay muchos factores involucrados. Así, precisar cuáles son esos factores y ponderar la importancia de cada uno de ellos resulta una tarea que se debe iniciar, pero que, mientras tanto, puede motivar algunas reflexiones.

Hasta más o menos 1992 primaba en el sistema educativo peruano lo que junto a Patricia Oliart llamamos “idea crítica del Perú” (Portocarrero y Oliart, “El Perú desde la escuela”. Editorial del Instituto de Apoyo Agrario. Lima, 1989). Se trataba de una visión de la realidad peruana forjada en el sistema universitario que alcanzó a colegios secundarios e institutos.

Esas ideas corrieron como reguero de pólvora en las facultades de Educación y de Ciencias Sociales. Eran falsas y elementales, pero la gente de izquierda las vivió como si expresaran la verdad escondida de la realidad peruana. Si el país era muy rico pero la gente permanecía muy pobre era por la acción depredadora de las compañías imperialistas, sus cómplices peruanos y un Estado que no defendía a sus ciudadanos, pues protegía a los grandes intereses.

Desde esta perspectiva el problema del Perú era, por tanto, distributivo. Muchos reciben muy poco y otros (los menos) reciben demasiado. Entonces, tenía mucho sentido reivindicar mayores remuneraciones, pues la situación se resolvería con el aumento de los impuestos a las ganancias y a los ingresos de los más ricos.

Desde 1990 esa visión del país comenzó a perder seguidores. En reemplazo de la “idea crítica”, el discurso neoliberal se convirtió en hegemónico. En lugar de clases o lucha de clases lo que define la realidad social es el mercado y el progreso solo puede lograrse mediante la inversión. Ello significa que la función primordial del Estado no es tanto la redistribución, sino el aseguramiento de condiciones favorables para los inversionistas y emprendedores. Es decir, para los creadores de empleo y riqueza.

Hoy podemos constatar que la “idea crítica” no desapareció sino que ha permanecido latente fomentando un sentimiento de identidad, de un nosotros popular en lucha, supuestamente, contra los grandes intereses, especialmente capitalinos. Esta visión de las cosas puede recobrar cierta actualidad. Sobre todo a partir de la comprensible ira de los trabajadores del sector público cuyas remuneraciones han crecido mucho menos que las del sector privado.

Por tanto, podría pensarse que el regreso de la “idea crítica” tiene que ver con el “vacío ideológico” –sobre todo– de la izquierda, incapaz de cortar con su discurso tradicional y, principalmente, de renovar sus proyectos a futuro, conforme se hace notorio que el socialismo podría ser acaso una utopía orientadora pero ciertamente no un modelo viable de progreso y democratización social. No basta luchar a favor de los débiles. Si no se elabora una alternativa esa lucha se vuelve estéril.

Entonces, no es que el magisterio esté comprometido con posiciones sin futuro. Se trataría de un uso táctico de planteamientos maximalistas por grupos radicales que logran, hasta cierto punto, canalizar la frustración de la base magisterial que los apoya, pues los maestros calculan que los ultras son los únicos capaces de lograr del Estado lo máximo posible.

Esos grupos vienen teniendo bastante éxito y es probable que traten de repetir la experiencia entre otros trabajadores del sector público. Los maestros se posicionan como defensores de la educación pública y víctimas del olvido y la indiferencia de los poderosos.

El asunto es muy complejo y remite a la fragmentación creciente de nuestra sociedad. A la falta de solidaridad o al ensamblaje precario de movimientos fundados en oposiciones y reclamos, pero no en ideas coherentes que nos sugieran un futuro alternativo. No será casualidad, por ello, que los grupos ultras vean en las elecciones que se desvanece todo el apoyo que lograron tener.