(Ilustración: Giovanni Tazza)
(Ilustración: Giovanni Tazza)

En una entrevista publicada en este Diario hace unas semanas, el secretario general del Instituto Internacional para la Democracia y la Asistencia Electoral (IDEA Internacional), Yves Leterme, sostuvo: “La desigualdad en las oportunidades está erosionando la legitimidad de la democracia en esta región” (23-11-2017). Esto quiere decir que existe una relación entre desigualdad y democracia. 

Desde luego, la igualdad es un principio fuerte de la democracia. Ello implica una verdad fundamental: a mayor democracia, mayor igualdad. También significa que debemos profundizar la democracia en el Perú, América Latina y otros países de Asia, África, e inclusive Europa (sobre todo en la parte central y oriental del continente) para que haya más igualdad en el mundo. 

El ex primer ministro belga dijo además que el Perú tiene que combatir la corrupción pero también la inequidad. Leterme reconoce que “en los últimos 20 o 25 años ha habido aquí un progreso económico importante, pero los dividendos de ese desarrollo no se distribuyen equitativamente” y agrega que “en el top 20 de las economías y sociedades más desiguales hay ocho países latinoamericanos”.  

Quien coincide con Leterme es el economista Dani Rodrik. En su paso por Lima el mes pasado, Rodrik afirmó que las etapas más avanzadas de la globalización tienden a generar peligros para una reacción populista, porque crean desigualdad en la distribución de la riqueza (El Comercio, 20/11/2017). 

Según algunos expertos –la mayoría economistas–, se debe crecer para distribuir. Ello parece lógico, a menos que una variable fundamental se les haya escapado. Y es que el sistema basado en el mercado lleva en sí mismo el germen de la desigualdad. En el fondo, las leyes del mercado por sí solas (la mano invisible) no van a corregir los desajustes del sistema. 

Además, el tema de la desigualdad no es solo económico. Prevalecen algunos prejuicios sexistas, racistas, étnicos, culturales y religiosos que no se superan con una mejor distribución de la riqueza, sino con más y mejor educación. Una que permita alcanzar una sociedad en la que el principio fundamental de las relaciones entre los seres humanos sea el respeto profundo por la dignidad del otro. 

Lo anterior se enseña no solo desde la escuela sino en la familia. Si queremos vivir en democracia, una de sus características es el reconocimiento del otro. Si esto se llega a arraigar en la conciencia de las personas, en el futuro no serán tan necesarias campañas justas como Ni Una Menos. Mientras tanto, habrá que seguir luchando por nuestros derechos humanos. 

El escritor George Orwell decía que el factor central de la pobreza es que “aniquila el futuro”. Precisamente el tema de la igualdad pasa, como se sabe, por salir de la pobreza y este es un reto histórico y moral para las culturas y las civilizaciones.  

Esto último fue planteado por los ilustrados franceses, especialmente por Jean-Jacques Rousseau en su famoso “Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres” en el que afirma que la causa está en la propiedad privada. Para comprender mejor, en la concentración de la propiedad privada. Así, Rousseau se adelantó a Pierre-Joseph Proudhon, para quien la “propiedad es un robo”, y desde luego a Karl Marx con su teoría de la plusvalía. 

Más allá de estas afirmaciones, lo cierto es que alcanzar la igualdad está por convertirse –si es que no se ha convertido ya– en un reto para la humanidad para los próximos años. Porque si no eliminamos la pobreza a través de una distribución masiva de la riqueza producida se habrá fracasado.  

Este tema ha sido tratado por el economista francés Thomas Piketty, cuyas tesis produjeron un gran revuelo a favor y en contra. Piketty plantea un impuesto mundial progresivo sobre la riqueza y afirma: “Debemos salvar al capitalismo de los capitalistas”. 

Siguiendo al economista francés, el autor Rutger Bregman propone en su obra “Utopía para realistas” una redistribución del dinero (renta básica), del tiempo (una semana laboral más corta), de los impuestos (sobre el capital en lugar de sobre el trabajo) y de los robots. La humanidad se enfrenta a este reto moral en el que la tecnología puede contribuir a terminar con la pobreza. Pero esto no basta. Es necesaria la decisión política. 

El escritor Oscar Wilde señaló: “El progreso es la realización de utopías”. Nos queda alcanzar la utopía más grandiosa de todas: la de la igualdad.