(Ilustración: Giovanni Tazza)
(Ilustración: Giovanni Tazza)

La crisis originada por Lava Jato no es como un terremoto que en un minuto deja todo destruido y solo queda rescatar y reconstruir. Se parece más bien a la caída de sucesivas bombas de racimo que, justa o injustamente, afectan en mayor o menor grado a virtualmente todas las fuerzas políticas del país. Las primeras cayeron directamente sobre el Perú hace ya más de un año y no hay certeza de hasta cuándo lo seguirán haciendo.

Pero quizás lo más importante de esta crisis es que llueve sobre muy mojado. Si bien la política está en crisis en América Latina y, en general, en el mundo, la nuestra es de las más profundas y se prolonga ya por décadas. Me refiero al profundo descreimiento de la sociedad en los políticos; un recelo que se manifiesta en distancia, apatía y hasta desprecio por todo lo que ocurre en la escena pública. Así como en partidos políticos muy débiles, algunos de los cuales virtualmente desaparecen después de ser gobierno y otros que parecían fuertes pero que no lo son tanto.

Estos problemas no van a desaparecer solos, menos todavía en medio de lo que vivimos. Creo que sería muy malo para el país que lleguemos al 2021 sin hacer algo al respecto, porque crece el riesgo de que las peores manifestaciones de esta crisis continúen y terminen arrasando la ilusión (ya muy maltratada) de ser un país en donde se puede convivir y progresar.

De repente es una fantasía de mi parte, pero creo que aun en las circunstancias que vivimos es importante ocuparse de los problemas de mayor aliento. No creo que se pueda llegar a acuerdos solo desde la política. Pero con lo lejana que a veces parece esa posibilidad, algunos cambios se podrían producir (casi imponer), si hubiese una actitud activa de la ciudadanía para promoverlos.

Es imposible pensar en que se podría construir una arquitectura institucional totalmente renovada para el 2021, pero quizás sí algunos cambios. Sería iluso pensar que estos producirían resultados muy significativos e inmediatos, pero sería ya un avance si le dan algo más de credibilidad, predictibilidad y estabilidad al sistema político.

Esto se alcanzaría si lográsemos, al menos:
1. Contar con un Senado. El argumento de que la gente no quiere más congresistas es tan cierto como irrelevante. Hoy por hoy, más del 80% cuestiona el Congreso tal como está. Un Senado podría darle más pausa y reflexión a las decisiones políticas; podría compensar, si es elegido por distrito único, el localismo de nuestra actual representación política.

2. Eliminar el voto preferencial. Es el principal enemigo de los partidos políticos y su institucionalidad. La democracia interna se garantiza antes, en la conformación de las listas. Consolidaría las campañas en una sola, lo que permitiría un solo mensaje, algo más inteligible y coherente.

3. Campañas sin dineros ilícitos. Existen múltiples mecanismos para avanzar hacia ello. Evidentemente, serían mucho más austeras y más concentradas en el contacto con los ciudadanos. Con más difusión de planteamientos y menos propaganda. Sería, por ejemplo, la ocasión para que haya cinco debates presidenciales en primera vuelta y tres en la segunda.

4. Cambiar el sistema de elección y remoción de jueces y fiscales. No puede esperar. El Consejo Nacional de la Magistratura ha demostrado no ser la entidad adecuada para hacerlo. Asimismo, los mecanismos de control interno han sido insuficientes, por decirlo de una manera elegante.

En defensa de la Unidad de Inteligencia Financiera (UIF): debemos estar muy alertas cuando las instituciones más serias y eficientes con que contamos terminan, sin buscarlo, en medio de la confrontación política. Es el caso de la UIF. Habiendo sido ministro del Interior, puedo dar testimonio de su gran profesionalismo. Ni se deben filtrar sus informes que son de carácter reservado, al punto que su difusión constituye un delito; ni se debe descalificar su trabajo.