(Ilustración: Giovanni Tazza).
(Ilustración: Giovanni Tazza).

En 1967, cuando estudiaba derecho y ciencia política en la Universidad de Deusto, situada a orillas del río Nervión, que baña la capital vizcaína, Bilbao, tuve dos polémicas.

Solo con 19 años, en el comedor del colegio mayor donde estaba internado y cuando todavía gobernaba España el siniestro Franco, me enfrenté en un debate con un grupo de estudiantes de años superiores –y en consecuencia mayores que yo–. Algunos de los comensales me dijeron en voz alta y gritona: “Nosotros les llevamos la civilización porque vosotros erais unos indios con taparrabos”.

Quizás ahora les hubiera dado otra respuesta, porque no hay nada de malo en ser un indio con taparrabos, siempre y cuando uno viva en clima tropical con una mínima de 20 grados sobre cero. Pero mi reacción fue distinta y les dije: “¿Cuáles taparrabos? En mi país hubo toda una civilización, lo mismo que en México, que fue destruida por unos salvajes, piojosos y sucios invasores que nos trajeron enfermedades”. Y enfaticé: “Ustedes destruyeron civilizaciones y culturas y eso es más salvaje que un indio con taparrabos”.

Como por arte de magia el comedor se dividió, porque los españoles ‘progre’ dijeron “el peruano tiene razón, nosotros los exterminamos y dominamos”. Al final, como si fuera un acuerdo de paz, me pidieron que diera una conferencia sobre el Imperio de los Incas que concluyó con la polémica. No con la histórica, que continúa hasta ahora, sino con la del comedor.

Pasaron unos meses y por alguna razón que ya no recuerdo mencioné la gesta de San Martín. Un amigo maño (vale decir aragonés), me dijo: “¿A ese traidor?”. Esta expresión me indignó aun más que la anterior pues era una ofensa contra quien para mí es el Libertador.

Le respondí a Pedro Pérez (así se llama el maño, que ahora debe ser abuelo como yo): “Nosotros fuimos dominados por ustedes. Ustedes esclavizaron a toda una civilización y él nos liberó”. Él respondió rápidamente: “Sí, pero el luchó en Bailén contra Napoleón. Fue soldado al servicio de la corona y luego se puso en contra del rey”.
¿Quién tenía razón el español o el peruano? ¿Él o yo?

Quien para mí fue un héroe, un libertador de la dominación española en América, para él era un traidor a la corona. En realidad, cuando Napoleón invadió España y Fernando VII huyó a Francia a cobijarse con sus parientes borbones, ese país quedó abandonado a su suerte.

Para librarse del dominador francés se proclamaron cortes por todos los lugares posibles, incluso en los virreinatos. Es decir, el poder soberano absoluto, que era del rey, para usar una expresión de Hobbes en el “Leviatán”, regresó a su fuente, el pueblo.

San Martín luchó no para dominar, como lo hizo Pizarro, sino primero para liberar a España de la dominación francesa. Y siguió luchando ya desde el Virreinato del Río de la Plata contra el absolutismo de Fernando VII, quien disolvió las cortes e impuso un régimen de terror para restaurar su poder total.

Haciendo un esfuerzo contrafáctico, como a veces lo hacía el gran historiador inglés Arnold Toynbee, ¿qué hubiera pasado si Fernando VII, en lugar de restaurar el absolutismo, asumía las ideas liberales en boga y España se convertía en una monarquía constitucional de democracia parlamentaria como es ahora y como ya por esa época lo era Inglaterra? De repente sus virreinatos serían provincias o estados autónomos de una unidad política estatal constituida por una Constitución universal como la de Cádiz, apta tanto para los del centro como para los de la periferia (o sea, nosotros).

De repente hubiera sido una unión de repúblicas hispanohablantes, democráticas y libres, de la que formaría parte España. Pero no fue así. Entonces se iniciaron los movimientos independentistas para liberarnos del yugo de los borbones.

Por eso, para liberarnos de esta dominación, surgieron personalidades como don José de San Martín, dos veces liberador: contra la dominación francesa y la dominación de los borbones. Pedro Pérez no tenía razón.