(Ilustración: Víctor Aguilar)
(Ilustración: Víctor Aguilar)
Andrés Oppenheimer

Cuando el presidente de Chile, Sebastián Piñera, me dijo, en una entrevista poco antes de su toma de posesión, que Chile podría convertirse en el primer país desarrollado de América Latina tan pronto como en el año 2025, mi primera reacción fue de escepticismo. Pero, pensándolo bien, su pronóstico podría no ser disparatado. 

Piñera, un magnate que ya ocupó la presidencia entre el 2010 y el 2014, me dijo que su objetivo en su nuevo mandato de cuatro años será “recuperar ese liderazgo y ese dinamismo que perdimos en los últimos años” y “transformar a Chile en un país desarrollado hacia el año 2025”. 

Chile redujo la pobreza de cerca del 40% de la población al final de la dictadura del general Augusto Pinochet en 1990 al 11,7% en el 2015, más que cualquier otro país latinoamericano. 

Mientras los dictadores de Cuba y Venezuela golpeaban la mesa y pronunciaban discursos incendiarios que no hacían más que ahuyentar a los inversionistas y empobrecer a sus países, Chile logró crecer sin grandes histrionismos, en democracia, bajo gobiernos de centroizquierda y centroderecha. 

Pero el “modelo chileno” comenzó a pincharse en los últimos años. Mientras el país crecía a un promedio de 5,3% anual durante el primer mandato de Piñera, la economía se desaceleró a un promedio de 2% anual bajo su sucesora Michelle Bachelet. La economía de Chile creció solo un 1,7% el año pasado. 

En la entrevista, que salió al aire en CNN, Piñera me dijo que su objetivo de convertir a Chile en un país del Primer Mundo “es un proyecto de ocho años”. 

La Constitución chilena solo le permite cuatro años consecutivos en el poder, pero la prueba de su éxito será si los chilenos eligen a un candidato de ideas afines en el 2021, me dijo. (No, no apoyaría una potencial candidatura de su esposa, me aseguró). 

En rigor, hay muchos factores que podrían evitar que Chile sea un país desarrollado en el 2025. Para empezar, Piñera había pronosticado durante su presidencia anterior en el 2012 que Chile podría alcanzar el desarrollo en el 2020 y eso no pasará. Y algunos de los predecesores de Piñera habían hecho afirmaciones similares, que tampoco se materializaron. 

Pero Chile no está muy lejos del ingreso per cápita de Portugal y otros países que están al final de la lista de las naciones más desarrolladas. El PBI per cápita de Chile es de US$25.000 al año y el de Portugal es de US$30.000 al año. 

Entre las cosas que podrían irle mal a Piñera está la posibilidad de que Chile no se beneficie de los altos precios del cobre y otras materias primas que lo ayudaron en su primera presidencia. 

Asimismo, Piñera podría encontrar escollos políticos para implementar su agenda económica, porque el nuevo presidente no tendrá una mayoría en el Congreso. 

Y los chilenos están ansiosos. Han estado escuchando durante décadas que están cerca de convertirse en un país del Primer Mundo y quieren poder vivir como en el Primer Mundo. Si Piñera no produce un crecimiento equitativo, podría haber protestas callejeras que descarrilen sus planes económicos. 

Pero Piñera también tendrá varias cosas a su favor. La coalición opositora de centroizquierda de Chile ha dado un giro brusco a la izquierda, lo que le permitirá construir alianzas con legisladores moderados de centroizquierda. 

Cuando le pregunté a Alejandro Werner, el director para América Latina del FMI, sobre la posibilidad de que Chile se convierta en un país desarrollado, me dijo que, según los estándares del fondo, “es probable que para el año 2025 Chile sea catalogado como un país desarrollado”. 

Eso sería un logro histórico de los gobiernos de centroizquierda y centroderecha que han gobernado Chile desde el final de la dictadura de Pinochet y enviaría una poderosa señal al mundo. Sería grandioso para Chile y sería grandioso para Latinoamérica.