Cualquiera es un señor, cualquiera ladrón, por F. Rospigliosi
Cualquiera es un señor, cualquiera ladrón, por F. Rospigliosi
Fernando Rospigliosi

Tal como van las cosas con las investigaciones, denuncias, acusaciones, delaciones, exageraciones y falsedades a raíz del Caso Lava Jato descubierto en Brasil, la confusión va a ser de tal magnitud que se corre el riesgo de, al final, no saber quién es un señor y quién es un ladrón, como reza la letra del tango “Cambalache”.

Las investigaciones están centradas en los sobornos pagados por Odebrecht entre el 2005 y el 2014, por la sencilla razón de que eso es lo único que se conoce con certeza gracias al acuerdo al que ha llegado la empresa brasileña en Estados Unidos.

Los intentos de ampliar las indagaciones hasta la dictadura militar de Francisco Morales Bermúdez –cuando Odebrecht empezó a operar en el Perú– y, sobre todo, durante el gobierno de Alberto Fujimori (1990-2000) tienen un claro objetivo político, pero escasas posibilidades de encontrar huellas específicas de “propinas”, como le dicen en Brasil. La razón es simple: la capacidad de la justicia peruana para hallar evidencias de este tipo de delitos es exigua.

Hasta ahora todo está basado en lo que ha descubierto la justicia brasileña y de otros países. Aquí no se ha encontrado prácticamente nada nuevo.

Un caso relevante, por ejemplo, es el de la operación Castillo de Arena efectuada contra Camargo Correa en Brasil. Allí aparecieron señalamientos de sobornos efectuados en el Perú (por ejemplo, un pago a “JR”). Pero como los abogados de la empresa lograron con subterfugios que las pruebas fueran declaradas ilegales por los tribunales brasileños, el caso se desplomó allá. Aquí, nada hasta ahora, a pesar de que los indicios son bastante obvios, como depósitos en una cuenta de un amigo de Alejandro Toledo. 

En Brasil también se descubrió que “doleiros” de la empresa OAS traían dinero en efectivo al Perú para pagar coimas. La justicia peruana tampoco ha avanzado nada, que se sepa, en este caso. 

Es improbable que la comisión investigadora del Congreso pueda obtener evidencias que la fiscalía y el Poder Judicial no han conseguido. Pero va a ser una poderosa arma política para desacreditar –sobre todo– a los adversarios del fujimorismo, en especial a toledistas, humalistas e izquierdistas. Y, sin duda, al actual gobierno, varios de cuyos miembros han ocupado altos cargos antes.

Algunos se han opuesto a la formación de esa comisión, pero en realidad es iluso exigir que los fujimoristas, que fueron investigados y vapuleados a lo largo de los últimos 15 años, renuncien a una oportunidad de oro que tienen para devolver con creces los golpes recibidos.

El asunto es que tanto los políticos, los funcionarios y los medios dicen todos los días lo que se les ocurre, tratando cada quien de ser más sensacionalista que el otro y hacer que su voz se pueda escuchar en medio del griterío y el estruendo. En medio de ese estrépito se hace difícil distinguir a los verdaderos culpables.

A los que todavía no se han dado cuenta, hay que advertirles que estamos en la época de la posverdad. Cuando compuso el tango “Cambalache” en 1934, Enrique Santos Discépolo escribió “siglo XX, cambalache problemático y febril”. No imaginó lo que sería el siglo XXI.

La posverdad ha sido elegida como la palabra del 2016 por el diccionario Oxford: “Los académicos se decidieron por este término para definir una era en la que ‘el que algo aparente ser verdad es más importante que la propia verdad’. Por posverdad entienden lo ‘relativo a circunstancias en las que hechos objetivos son menos influyentes en la formación de la opinión pública que la apelación a la emoción y a la creencia personal’” (Gregorio Caro Figueroa, “Clarín”, Argentina, “Post-verdad, nueva forma de la mentira”, 22.11.16).

Los ejemplos recientes más obvios son los de populistas de derecha que ganaron el ‘brexit’ en el Reino Unido y las presidenciales en Estados Unidos a punta de embustes y medias verdades. En países de democracias avanzadas, con niveles educativos altos y medios de comunicación de calidad, triunfaron apelando a las emociones.

Preparémonos, entonces, para lo que viene. Es muy positivo que varios corruptos vayan a caer cuando se revelen sus nombres, pero el vendaval político y mediático va a cambiar radicalmente el escenario futuro.