“Dispersos y fragmentados, lejos de la globalidad, andamos más bien en un laberinto de pequeños agujeros en los que nos guarecemos por miedo”. (Ilustración: Giovanni Tazza).
“Dispersos y fragmentados, lejos de la globalidad, andamos más bien en un laberinto de pequeños agujeros en los que nos guarecemos por miedo”. (Ilustración: Giovanni Tazza).
/ Giovanni Tazza
Alonso Cueto

En la era de las comunicaciones infinitas, donde cada uno puede alimentarse de las redes sociales, estamos cada vez más solos y desinformados. Vivimos en un mosaico perverso. Hoy muchos no quieren saber lo que pasa, sino lo que les gustaría que pase. Construimos camarillas virtuales con una condición: no saber de aquellos con los que no estamos de acuerdo. El Muro de Berlín se terminó hace décadas. Sin embargo, animales de trincheras al fin, hemos construido muros digitales más férreos. Incapaces de aprehender el vasto universo virtual, abrazamos solo una parte, la que más se acomoda a lo que ya pensábamos. Nunca hemos estado más polarizados y menos informados. Nuestra tecnología es moderna, pero nuestra alma sigue siendo cavernaria.