Tendiendo puentes, por Gisèle Velarde
Tendiendo puentes, por Gisèle Velarde
Gisèle Velarde

La niña que hace su primer bizcocho busca orgullosa la aprobación de su madre, el adolescente que construye un robot para su proyecto escolar espera el aplauso del maestro. Es posible que Juan sea un gran pintor, pero si nadie le da un espacio en una galería o una crítica positiva, él no será un gran pintor durante su vida. La aprobación es necesaria para construir identidades libres y sólidas, pues permite confirmar la idea que tenemos sobre nosotros mismos.

El filósofo alemán decía que el reconocimiento permite que mi verdad subjetiva se constituya en verdad objetiva. Es decir, hace que lo que yo creo ser sea en realidad. Si Juan expone su trabajo públicamente y es elogiado, es el buen pintor que él cree ser. Pero ¿por qué es difícil otorgar reconocimiento a otros?

Una respuesta es la inseguridad que nos produce que otro logre aquello que no hemos conseguido. Conocemos sus variantes: la envidia, el resentimiento, la difamación, el raje, etc. Sin embargo, esta respuesta es insuficiente. 

Pensemos en una excelente persona que es ‘desrreconocida’ en una sociedad musulmana por ser cristiana. Esta persona vive en una comunidad en que las formas de (des)reconocimiento están dadas de antemano. Esto ocurre generalmente en sociedades tradicionales, en que los valores son fijos y la clase social resulta determinante.

No obstante, conforme se modernizan las sociedades, hay movilización social, uno puede cambiar su situación económica mediante el trabajo y se posibilita el diálogo sobre ciertos valores. Este cambio debería ampliar las posibilidades de otorgar estimación a las personas. Sin embargo, la búsqueda de reconocimiento persiste.

Aun cuando todos compartimos ciertas aspiraciones como la salud, el amor, el dinero y la felicidad para nuestros hijos, y aunque compartimos el mundo y el mismo país, cada quien se relaciona con los demás según cómo percibe y siente la vida, su país y el mundo. El acceso a la realidad varía de acuerdo con el nivel de formación, la inteligencia intelectual y emocional, la experiencia, la clase social, los prejuicios, las expectativas y lo que cada uno tiene o carece desde el inicio de su vida. 

Así, mientras ser tildado de “idiota” puede producir risa si nos lo dice quien consideramos un igual, resultará ofensivo si lo afirma quien estimamos superior y no tendrá mayor impacto si viene de alguien que tenemos como menos que nosotros. ¿Qué hacer entonces? Es necesario esforzarnos por tender puentes.

Quienes están arriba deben desarrollar formas de reconocimiento cotidianas hacia quienes están abajo. Reemplacemos el “¡bestia, mira cómo manejas!” por “¡mira cómo te expones y expones a tu familia!”. Cedamos el paso a quien está antes que nosotros en la cola, si abren otra caja en el supermercado y te dan preferencia porque externamente tienes más estatus. 

Y quienes están o se sienten debajo de otros deben recordar que quienes se ven arriba no siempre se sienten arriba o que no están arriba necesariamente en todos los aspectos de su vida. Las cosas son más complicadas de lo que aparentan. No es recomendable compararse con otros y es importante felicitar a quien lo merece.