Alonso Cueto

Una mirada sostenida a los últimos meses nos señala que las turbulencias sociales, políticas y meteorológicas se alternan y conviven, poniendo a prueba toda nuestra capacidad de resistencia. El saldo de muertos en las manifestaciones luego del golpe de fue seguido por el número de fallecidos debido a las inundaciones. Muchos han perdido sus casas, su familia, su trabajo. Queda ver todavía si han perdido la esperanza, ese músculo de la imaginación que no se resigna. Vivimos una época de despojos y desvaríos. Tal vez lo peor de todo es la incertidumbre.

Está claro que no habrá elecciones este año y es poco probable que el siguiente. Muchos pensaron que este era un gobierno de transición, pero hay que admitir que la transición es un estado permanente entre nosotros. Reparamos una puerta o una ventana de nuestras casas de un modo provisional, y esa reparación queda. Viviendo en las dificultades de supervivencia, los más pobres no tienen otra opción que construir sus viviendas donde pueden, con la posibilidad de que algún día sean arrastrados.

Un amigo (ingeniero, por supuesto) me dice que, si hubiera habido más ingenieros y menos abogados entre nuestros líderes políticos, la historia de nuestro país habría sido mejor. Construir puentes, hospitales, escuelas, carreteras no es una opción ideológica, sino una necesidad vital. Con frecuencia nuestra vida depende de un puente, como bien lo saben los soldados que desgraciadamente murieron en Puno huyendo de los manifestantes.

La clase política abunda en luchas entre la izquierda y la derecha, que con frecuencia pasan desapercibidas. Lo que buscamos es tener servicios de luz y de agua, hospitales donde llevar a los hijos si se enferman, escuelas y caminos. Otro tema esencial es el de la seguridad ciudadana. En vista del vandalismo organizado en pandillas y bandas, la inquietud por estar seguros en las calles es una utopía en muchos barrios.

Infraestructura en educación, transporte y salud. Reforzamiento de la seguridad ciudadana. El líder político que aparezca en los próximos meses o años tendrá que convencernos de que puede hacer algo en esos dos campos. Un modelo para armar de un nuevo líder sería el de alguien que tenga una historia de vida ejemplar, una relación estrecha con el mundo andino y un compromiso de sacrificio. También que respetará la libertad de expresión, los derechos humanos y el capítulo económico de la Constitución, que por ahora nos sostiene.

A lo largo de la historia peruana, nos encontramos siempre con una sociedad fragmentada. Esto ocurrió mucho antes de que los cañaris, los chachapoyas y los huancas decidieran luchar a favor de los conquistadores contra los incas. Fueron ellos quienes decidieron el fin de la Conquista (una guerra indiana, uno de cuyos bandos estaba dirigido por una élite española).

La fragmentación de la sociedad peruana se prolongó durante toda la Colonia y la República. De allí vienen nuestros caudillos y facciones. Es lo que vemos hoy en el Congreso con una cantidad de partidos y de miembros no agrupados. En esta historia de fragmentación e incertidumbre, sería decisivo un líder que tenga el carisma para aglutinar diferentes fuerzas. Solo una sociedad integrada puede producir una nación unida que realice un proyecto común. El Perú será mejor cuando se baile la música de la sierra en las casas de la gente más pudiente de las ciudades costeñas. ¿Quién será el líder que integre nuestras diferencias históricas y culturales? A veces recuerdo unos versos de Pedro García Cabrera: “A la mar fui por naranjas, cosa que la mar no tiene. Metí la mano en el agua, la esperanza la mantiene”.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Alonso Cueto es escritor