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Un discurso, una desilusión, una esperanza
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Primero, lamentablemente lo anunciado en materia económica en el mensaje a la nación resulta insuficiente como para recomponer la confianza del poblador y del empresariado. La inseguridad ciudadana continuará, la incertidumbre del resultado electoral tenderá a aumentar, la carencia de liderazgo se hará cada vez más notoria. Ese escenario no es el más adecuado como para esperar que la inversión privada se renueve.
Segundo, no podemos decir que todo ha sido negativo. Puntos a favor, un buen análisis de cómo el extremismo ideológico estuvo a punto de llevarnos al precipicio como país, la necesidad de continuar con el llamado “shock desregulatorio”, el aparente destrabe de megaproyectos tan relevantes como el “anillo vial”, lo que será la nueva “Carretera Central”, la activación de Chavimochic III, Olmos, Majes-Siguas, etc.
Tercero, hemos sido nuevamente testigos de cómo nuestras fortalezas macroeconómicas asociadas a la baja inflación, excelente dinámica exportadora, bajo endeudamiento público, elevadas reservas internacionales y holgada posición patrimonial de nuestra banca, se venden como si fuese resultado del accionar de la actual administración. Inexacto. Alejado de la realidad.
Cuarto, no se mencionó con detalle el excelente momento que atraviesan los precios de nuestros dos principales productos de exportación: oro y cobre. Ello asociado a los bajos precios de nuestra canasta importadora en alimentos (maíz, trigo, soya), ha llevado a que los términos de intercambio sean, como nunca, absolutamente favorables al Perú. En esas circunstancias un crecimiento del 3% del PBI y un déficit fiscal de 2,6% son sinónimo de un resultado impropio.
Quinto, el cierre de las brechas de infraestructura, anunciadas en el discurso presidencial, no se alcanzan con anuncios de nuevas adjudicaciones. Muchas veces los problemas de incumplimiento de contratos, arbitrajes, adendas, deficientes estudios técnicos, inestabilidad social y exceso de trámites llevan a que las adjudicaciones sean una realidad hasta después de diez años. En el Perú, adjudicación no es sinónimo de inversión.
Sexto, los problemas de inseguridad, ilegalidad, corrupción y crimen continuarán. Cada uno de ellos representan entre dos a tres puntos porcentuales del PBI. Al parecer el tema de las organizaciones criminales y la ilegalidad va a tener que ser resuelto por el nuevo gobierno. Reactivar con inseguridad resulta iluso. Con generalidades no se resuelven esos problemas.
Séptimo, el problema del frente sociopolítico continuará y esperemos que no se acentúe. Entraremos a un proceso electoral donde la posibilidad de reiterar la falta de representatividad, de rendimiento de cuentas, de requisitos mínimos para ocupar un cargo público, de renovación por tercios, continuarán. Ni el Ejecutivo ha enfrentado este serio problema, menos el Legislativo que tenemos.
Octavo, el discurso ha sido carente de una visión estratégica. Para ello debió plantearse mecanismos para fortalecer nuestra institucionalidad. Debió anunciarse el diseño de una primera etapa para la reorganización del sector público y debió proponerse mecanismos que le den continuidad política al desarrollo de los megaproyectos más relevantes. Nada de eso se planteó.
Noveno, el Gobierno no ha planteado cómo reducir la fuerte carga de costos que significa generar un empleo formal independientemente del monto del salario. No se ha definido un esquema de descentralización que conforme cinco o seis macrorregiones y exija calidad de gestión en sus gobiernos. Lo que tenemos hoy como descentralización es una farsa.
Décimo, el país está seriamente polarizado y ninguna alternativa cargada de ideología ha dado muestras de honestidad y calidad profesional para apoyar de raíz a nuestra clase vulnerable que hoy compromete a 10 millones de peruanos. Queda la esperanza que una alternativa diferente tome las riendas del país para hacerlo próspero y viable para todos. Eso es lo que más claro dejó el mensaje. Nada más.

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