(Ilustración: Giovanni Tazza).
(Ilustración: Giovanni Tazza).
Marco Kamiya

El avance de la urbanización es una de las mayores fuerzas de la civilización moderna, cada año un millón de personas se suman a las urbes. Las ciudades impulsan la productividad de los países creando empleo y servicios a sus residentes, contribuyendo con la economía global.

Pero, en gran parte de los países en desarrollo, la expansión de la zona urbana trae consigo barrios marginales. Una de cada ocho personas vive en barrios marginales, y casi el 70% de la población mundial está compuesta por lo que en inglés se llama ‘slums’. Esto no es nuevo: ya en “La casa desolada” (1853), Charles Dickens aprovecha su novela para denunciar las inhumanas condiciones de vida en las zonas urbanas marginales de Londres.

ONU-Hábitat publicó en el 2003 “El desafío de los barrios marginales”, informe que, a pesar de los años, mantiene actualidad. Uno de sus coautores, Mike Davis, convirtió su contribución en el libro “Planeta de ciudades miseria” (2014), que es un clásico. El informe de la ONU indica que las zonas marginales no ocurren en el vacío y que su prevalencia se debe a dos condiciones: (i) pobreza y (ii) falta de vivienda asequible. La pobreza es, a su vez, resultado de bajo crecimiento económico, inmigración y desigualdad del ingreso.

No todos los barrios marginales son iguales. Hay residentes de edificios derruidos en países de alto ingreso con familias hacinadas. En ciudades del mundo desarrollado, la población pobre se ubica en los suburbios, pero en muchos países de África, Latinoamérica y Sudeste de Asia, las áreas marginales coexisten con las zonas modernas. Informalidad y marginalidad no son sinónimos porque hay barrios marginales formales e informales, y todos tienen una gobernanza y orden propio que los vincula a la economía de sus ciudades.

Los barrios marginales contienen una gran riqueza en valor de suelo y propiedades. En la revista “Science” (2016), Anthony Venables y otros investigadores analizan las áreas marginales en Nairobi, la capital de Kenia, y estiman que incorporar las residencias de las familias a la economía formal generaría una contribución de US$16-US$17.000 (entre S/53.000 y S/56.000) por familia debido al aumento del valor de las propiedades, esto en un contexto en que cada familia gasta entre US$600-US$700 anuales (entre S/1.900 y S/2.300) por vivienda en las actuales zonas marginales. El beneficio social sería enorme. Similar cálculo se puede hacer en la India, Brasil o el Perú. El hecho es que las zonas marginales coexisten con zonas de alto valor y no logran ser absorbidas por el mercado, convirtiéndose en parte permanente del paisaje urbanístico.

Las políticas para eliminar barrios marginales son complejas por la cantidad de actores que deben estar integrados. Por ejemplo, en China, que ha tenido mucho éxito en sus políticas de urbanización, pero no ha podido evitar la aparición de algunas ciudades fantasmas, donde no hay trabajo y la gente no quiere vivir, o en Rusia, donde se están desmantelando ciudades del pasado soviético porque no tienen una actividad productiva. Ciudades puertos en Estados Unidos como Baltimore, o ciudades definidas por la industria automotriz, como Detroit, están luchando para renovarse.

¿Cómo mejorar los barrios marginales? Podríamos decir que el crecimiento económico los va reduciendo –Londres, Tokio, Shanghái y Nueva York fueron en sus inicios parecidos a los barrios marginales de hoy–; sin embargo, el crecimiento es casi un elemento exógeno y ocurre en plazos largos. ¿Cuáles son las variables sobre las cuales los técnicos tienen poder? Primero, las políticas de planificación urbana, definidas como una integración de normas de construcción, registros de propiedad, financiamiento, caminos y vías que acercan a los pobladores con las zonas de empleo. Segundo, el diseño de vivienda asequible, que antes que el modelo arquitectónico debe estar basado en un esquema de financiamiento factible con integración y conocimiento del mercado de hipotecas y créditos. Desarrollar estas políticas requiere una plana de primer nivel que combine economistas, planificadores, financistas e incluso antropólogos y sociólogos; así en muchos países nos dicen “eso es muy costoso”, pero el beneficio social y financiero de incorporar e integrar zonas marginales a la economía recupera la inversión que las ciudades y países realizan.

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