Después de la llegada al Perú del primer lote de vacunas de Sinopharm desde Beijing el domingo pasado, parecemos entrar a una nueva etapa en la lucha contra el COVID-19. Parece ser una nueva y diferente etapa, porque algunos de los países que destacan en los avances en la vacunación fueron muy duramente golpeados en términos de contagios y fallecidos, como Estados Unidos, el Reino Unido, España o Italia; mientras que quienes mejor manejaron la epidemia se están retrasando relativamente en la vacunación. En América Latina, Chile destaca como uno de los países en el mundo que más vacunas aplica diariamente por cada 100.000 habitantes, ubicándose claramente a la delantera de la región.
Ciertamente, ha sido un gigantesco logro científico la producción de varias vacunas en tiempo récord. Pero, detrás de ella, hay fuertes intereses políticos, económicos y diplomáticos. En general, hemos fracasado como humanidad en lograr un reparto mundial basado en criterios humanitarios, privilegiar a las personas más vulnerables, independientemente de su nivel de ingreso y del país en el que viven. La iniciativa Covax, idealmente, debía liderar el reparto de vacunas, pero se terminó imponiendo el interés de los laboratorios y las posturas “nacionalistas”, empezando por los países ricos.
Dentro de la región, no prosperaron iniciativas que buscaron la conformación de bloques para mejorar nuestra posición negociadora, muestra elocuente de la crisis y debilidad de los bloques regionales en boga hace algún tiempo. En la región, primó también el ‘sálvese quien pueda y como pueda’. La rapidez en la compra de las vacunas se convirtió en un tema político y la percepción de eficacia de los gobiernos empezó a medirse por la capacidad de anunciar el inicio de campañas de vacunación masivas. Las primeras vacunas disponibles fueron las del laboratorio Pfizer, aunque imponía condiciones duras y los países que iniciaron los procesos de vacunación fueron los que aceptaron dichas condiciones: Chile, Costa Rica, Ecuador y México iniciaron ya la vacunación con ellas. Colombia también pensaba ser parte de este grupo, pero es víctima de los retrasos en las entregas. Brasil apostó por la británica de AstraZeneca. Argentina rechazó explícitamente las condiciones de Pfizer y optó por el laboratorio ruso Gamaleya; por este camino seguirán Bolivia, Paraguay y Venezuela. El Perú marcó, aunque más discretamente, distancias iniciales con Pfizer, al igual que Argentina, y optó por el laboratorio chino Sinopharm, relativamente en solitario en la región. Los retrasos de Pfizer y las disputas dentro de la Unión Europea llevaron a todos a buscar más opciones, entrando Sinovac Biotech de China a Chile y a Brasil, por ejemplo. Brasil empieza a mostrar cierto liderazgo a mediano plazo porque se convertirá en productor de algunas vacunas, como las de Sinovac o Gamaleya. Demás está decir que el panorama es muy cambiante dada la enorme incertidumbre de este nuevo mercado. El Perú no aparece mal en este panorama, optando por compras y negociaciones diversificadas.
Como puede verse, al final la compra y distribución de las vacunas sugiere un mapa en el que se mezclan la urgencia política de los Estados, los intereses de los laboratorios y una suerte de diplomacia a través de las vacunas en la que Estados Unidos, el Reino Unido, Rusia y China aparecen como los jugadores más importantes. Este panorama parece reproducir la situación de pérdida de poder hegemónico de Estados Unidos y la competencia de fuerzas emergentes, aunque sin el liderazgo de ninguna.
En esta nueva etapa de implementación de planes masivos de vacunación, la aparente mejor apuesta para la contención de la epidemia, el riesgo es que la injusticia en la distribución mundial y la ineficacia en la implementación dentro de algunos Estados pueda llevar a un ciclo interminable de difusión del virus de unas regiones y países hacia otros. Nuevamente, urge una respuesta global al problema. Pasado el frenesí nacionalista, ¿será posible esta vez?