"Estamos coordinando estrechamente todos los temas en función de las necesidades que generan el incremento de las lluvias en el norte y en el sur del Perú", señaló Vizcarra. (Foto: AFP / Video: TV Perú)
"Estamos coordinando estrechamente todos los temas en función de las necesidades que generan el incremento de las lluvias en el norte y en el sur del Perú", señaló Vizcarra. (Foto: AFP / Video: TV Perú)
Fernando Rospigliosi

El presidente Martín Vizcarra ha justificado su viaje a Lisboa y Madrid aduciendo que es muy importante su presencia en la Feria Internacional de Arte Contemporáneo que se desarrolla en la capital española en estos días y que tiene como invitado central al Perú. También ha añadido la trascendencia de los convenios que suscribirá, el estrechamiento de relaciones, etc.

De esta manera el presidente ha revelado una nueva faceta suya, un extraordinario y desmesurado interés en el arte moderno que los peruanos no le conocíamos hasta hoy.

En verdad, más bien parece que su viaje ha sido motivado por la muy humana fascinación por codearse con la realeza y los líderes políticos de dos países europeos. Y de descansar un poco, alejándose de la estresante función presidencial que desempeña. En el Perú, un país tributario precisamente de la tradición ibérica, reina la hipocresía y se supone que los funcionarios de alto nivel del Estado no reposan ni se distraen nunca, a diferencia del mundo anglosajón donde, por ejemplo, el presidente de Estados Unidos toma vacaciones regularmente a vista y paciencia de todo el mundo, sin que nadie se escandalice. Como acá ni el presidente ni los ministros pueden tomarse un descanso oficialmente, recurren a subterfugios como la excursión en mención.

El problema para Vizcarra es que, como era de esperarse, los críticos de su gobierno han aprovechado para censurarlo por alejarse casi una semana del país en momentos en que las lluvias y los huaicos están causando daños y han provocado más de medio centenar de muertos. En realidad, la presencia o no del presidente en el país es, en el fondo, irrelevante para solucionar efectivamente las consecuencias de los desastres naturales. Pero políticamente tiene consecuencias muy negativas para él, porque la población espera verlo en los lugares afectados ensuciándose los zapatos.

Así, probablemente le ocurrirá lo contrario que a Pedro Pablo Kuczynski (PPK) en el verano del 2017. En esa ocasión el presidente y los ministros se pusieron botas de jebe y se introdujeron en el fango llevando bolsas de alimentos y agua. Al final no resolvieron mucho, como se demostró después con el fracaso de la reconstrucción, pero esas imágenes que proyectaron el retrato de un equipo liderado por el presidente realmente preocupado por sus compatriotas dispararon la menguante popularidad de PPK y le permitieron sobrevivir unos meses más, arropado por el respaldo popular.

Ahora es posible que la ausencia del mandatario en estas circunstancias tenga el efecto contrario y le reste puntos, además con mayor intensidad que si se hubiera producido hace unos meses cuando estaba en ascenso, porque lo pilla en una caída, moderada todavía, pero descenso al fin.

El adelanto del retorno no tendrá mucho efecto y aunque de seguro se pondrá las botas, se meterá en el lodo y anunciará grandes inversiones, difícilmente podrá reparar el daño autoinfligido.

Un detalle, quizás no tan baladí, es que la vicepresidenta Mercedes Araoz no desaprovechó la ocasión para viajar a las zonas afectadas y, con las infaltables botas puestas, aparecer como la que cumple el papel que los damnificados esperaban que desempeñara Vizcarra. Este, que es extremadamente desconfiado, por supuesto debe sospechar que le pueden hacer a él lo que él le hizo a PPK. Ese también debe haber sido un incentivo poderoso para apresurar el regreso.

La caída de popularidad de Vizcarra en las últimas semanas es consecuencia de su vinculación con sucesos, por decir lo menos, dudosos, que han desdibujado la figura del gran líder de la lucha contra la corrupción. Los escasos resultados de los tan esperados interrogatorios en Brasil –aunque la coalición vizcarrista ha pretendido inflarlos excesivamente– parecen comprobar, hasta ahora, lo que los críticos del acuerdo con Odebrecht habían pronosticado. La empresa sigue manejando el proceso de acuerdo a sus intereses, reconociendo lo menos posible, entregando a cuentagotas información ya conocida o de poca trascendencia, y sin perjudicar a los que hoy tienen poder. Todo eso con el beneplácito de autoridades judiciales complacientes con la empresa y con el poder.

Como señala “Caretas” mostrando documentos, Odebrecht reconoce sobornos en cuatro proyectos, pero los hallazgos apuntan a muchos más “y hasta ahora los brasileños no confiesan, aparentemente, el grueso de sus delitos”. (28/2/19).

Vizcarra y sus aliados tienen que buscar algún golpe político mediático que permita revertir la caída de la aprobación presidencial
–dando por descontado que su mediocre gestión no va a mejorar–. Tendrían que conseguir, por ejemplo, la prisión preventiva –con fundamento o sin él– de una figura muy representativa como Alan García. De otra manera el descenso continuará y las posibilidades de perpetuación en el gobierno se alejarán.