La abrupta caída de la aprobación –y aumento de la desaprobación– del presidente Martín Vizcarra, reflejada en la reciente encuesta de Datum, era previsible dados los desaciertos cometidos por el gobierno en las últimas semanas.
El ajuste liderado por el defenestrado ministro de Economía David Tuesta es una muestra de la equivocada manera de gobernar de Vizcarra, que es uno de sus defectos. A la luz de lo acontecido luego de los anuncios y desmentidos, marchas y contramarchas, evaluaciones y retrocesos, y finalmente la renuncia del ministro de Economía más fugaz de los últimos tiempos, es obvio que no hubo en el gobierno una discusión seria y meditada del paquete económico que se puso en práctica.
Un asunto de tanta importancia debió discutirse en varias sesiones del Consejo de Ministros, realizar consultas a diversos organismos del Estado y expertos privados. Había que reflexionar sobre los efectos de las medidas, calcular las reacciones de los afectados y la manera de responderlas, y diseñar una campaña de persuasión a la ciudadanía en la que intervinieran desde el presidente hasta ministros, congresistas y funcionarios.
Nada de eso se hizo. Por ejemplo, si hubieran consultado a la Sunat, se habrían percatado de que los ingresos tributarios venían incrementándose de manera significativa en los últimos siete meses –sobre todo gracias a los aportes de la minería– y que en abril habían subido más de 40% con relación al año anterior. Eso implicaba que el ajuste no necesitaba ser tan drástico.
Si solicitaban opiniones de expertos, habrían advertido que era absolutamente imprudente aumentar el impuesto a los combustibles en momentos en que el petróleo había subido fuertemente en el mercado internacional. En el Perú ya nos hemos acostumbrado a que cuando eso sucede, tenemos que pagar más por los combustibles y a nadie se le ocurre reclamarle al gobierno. Pero en este caso, el alza se atribuyó al aumento del impuesto, todos se disgustaron con el gobierno y los transportistas aprovecharon la oportunidad para amenazar con una huelga y lograr una ventaja. Es claro que el gobierno no había calculado esa reacción ni la manera de enfrentarla.
Si todo el equipo de gobierno hubiera discutido en detalle las propuestas del ministro de Economía, no habría ocurrido el público desbarajuste cuando se supo que se pretendía afectar el Impuesto a la Renta a trabajadores que ganan menos de 2,075 soles mensuales. No lo debatieron, como es evidente, porque cuando se conoció, inmediatamente el presidente del Consejo de Ministros, César Villanueva, dijo que no era cierto: “No estaba ni está en el radar”. Y Vizcarra: “Tengan la seguridad [...] que para crecer la economía no vamos a poner impuestos a las personas que menos tienen, de ninguna manera”.
Es improbable que Tuesta no les haya informado del conjunto de medidas que iba a aplicar, incluyendo la de ese impuesto. Lo que pasó es que no le prestaron atención. Y cuando se escucharon las protestas, Vizcarra y Villanueva se apresuraron en desmentirlo.
En suma, en este caso se observa el errado método que ha impreso Vizcarra a su gobierno. Porque, para decirlo en pocas palabras, se dedica a viajar y no a gobernar. Se pasa gran parte de la semana en visitas que son insustanciales. Develar placas, visitar escuelas y hospitales, pronunciar discursos descentralistas, puede ser útil para proyectar una imagen, pero no sirve para más.
Todas las semanas, de preferencia los viernes, viaja a alguna provincia con todo el Gabinete a reunirse con los alcaldes de la localidad, en reuniones que se llaman Muni Ejecutivo. Eventos que en verdad son una pérdida de tiempo. Los alcaldes piden de todo y los ministros toman notas que luego olvidan. Además, implica el desplazamiento, desde el día anterior hasta el día posterior, de multitud de funcionarios de cada ministerio, incluyendo directores y viceministros. Hasta ahora ha realizado once de estos estériles eventos.
El presidente, debido a que pasa 3, 4 o 5 días a la semana viajando, no despacha con todos los ministros a lo largo de la semana, como era usual antes. Solo el día del Consejo de Ministros se reúne con ellos. Y, por supuesto, no tiene tiempo para debatir, reflexionar y sopesar asuntos tan importantes como el ajuste económico.
Si tuviera un equipo cohesionado y sincronizado, no sería problema. Pero no es así. El Gabinete se formó apresuradamente con gente que no se conocía entre sí y con capacidades disímiles. Eso fue producto de las circunstancias pero, dado ese hecho, la primera y principal tarea de
era armonizar su equipo, convertirse en un director de orquesta, en el líder del grupo. No lo ha hecho, prefiriendo buscar popularidad fácil con improductivos viajes.