Pedro Castillo, el presidente que no se atreve a hablar con la prensa y que se esconde en el silencio con cada crisis que genera, cumplió cien días en el poder. Y como no podía ser de otra manera, lo celebró rompiendo las reglas que su propia administración ha establecido.
Esta vez no fue una fiesta infantil en Palacio de Gobierno ni una ‘reunión de trabajo’ con guitarra y cajón. Para mostrar un balance de sus primeros meses, Castillo decidió convocar a una “masiva presentación” en la Plaza de Armas de Ayacucho y realizó una exposición que tuvo más show que fondo.
Y aunque no era fiesta, ayer el presidente comenzó el evento cantando frente a la plaza. Esto, a pesar de que su gobierno prohíbe “todo tipo de reunión, evento social, político, cultural u otros que impliquen concentración o aglomeración de personas”.
Sobre el discurso del jefe del Estado, Castillo lo cargó de gastos y promesas sin sustento técnico. Por ejemplo, prometió que ningún trabajador formal ganará menos de S/1.000 desde diciembre (aumentando el salario mínimo con subsidios), vender el avión presidencial (al mismo estilo de AMLO) y pedirles a las rondas campesinas que fiscalicen los recursos públicos (¿?).
En cambio, al momento de referirse a los enormes problemas y acusaciones que acompañan a su gestión, reinó un mutismo vergonzoso. No hubo ni una palabra sobre las acciones que tomará por el desorden constante en la administración pública o por el clientelismo y amiguismo que se vive hasta en la oficina presidencial.
Con todo esto, la presentación del presidente dejó un sinsabor general. O, más bien, una indigestión, por la realidad alternativa en la que parece vivir. Y es que, para el mandatario, durante estos meses hemos sido testigos de un gobierno ejemplar, mientras que, hasta antes de su llegada, “el Estado siempre estuvo de espaldas al Perú”.
La verdad, sin embargo, es que estos cien días han estado lejos de la versión idílica que intentó presentar el presidente y han sido más bien un acto de supervivencia política. Y es que el gobierno se la ha pasado de tumbo en tumbo con las crisis provocadas por el mismo profesor.
Para muestra, en poco más de tres meses, la administración actual ha logrado batir récords que no orgullecerían a nadie. Entre ellos, inauguró su gestión sin poder juramentar a un Gabinete completo y su primer Consejo de Ministros estuvo en funciones por apenas 70 días (aunque debió durar bastante menos).
A esto se suma, por supuesto, la repartija que ha habido en varios ministerios, como el de Transportes y Comunicaciones (con un acuerdo bajo la mesa entre el ministerio, la Sutrán y colectiveros informales). Así como la designación de personas no capacitadas para puestos clave en casi todas las entidades públicas en las que han podido poner las manos.
Ahora, tampoco es que, pese a lo anterior, el Ejecutivo tenga una línea clara sobre qué hacer en el Gobierno. Como bien señaló este Diario, Castillo es el presidente que menos iniciativa ha mostrado para impulsar un plan real en sus primeros cien días. Tanto así que demoró 82 días en llevar al Congreso su primer proyecto de ley relevante y hasta el martes apenas había presentado siete de ellos.
Tan malo ha sido el desempeño del mandatario que, sin lograr sumar popularidad en ningún lado, ya ni los que lo impulsaron a llegar a Palacio lo defienden como antes. El martes de esta semana, el condenado por corrupción Vladimir Cerrón se lavó las manos del último lío político al afirmar que Perú Libre “no dirige al actual gobierno”.
Sumado a ello, el también secretario general del partido oficialista confirmó hace unos días lo que ya todos sabían sobre el caos en el que navega el gobierno del profesor. En una columna publicada en un portal partidario, Cerrón afirmó que nunca planificaron un triunfo y que su cálculo era apenas pasar la valla electoral. Todo lo que vino después ha sido improvisación.
Así las cosas, Castillo ha llegado a sus primeros cien días con un Estado más gastado y una aprobación más desgastada que cualquiera de sus predecesores, pero arrastrando a un país entero en su desorden. El problema es que todavía le quedan otros 57 meses de gestión, y nada indica que lo que vendrá será distinto de lo que hemos visto hasta ahora.