Jair Bolsonaro no privatizará Petrobras en el corto plazo, dice jefe de partido (Foto: Bloomberg)
Jair Bolsonaro no privatizará Petrobras en el corto plazo, dice jefe de partido (Foto: Bloomberg)
Editorial El Comercio

Mañana, los brasileños acudirán a las urnas para definir en segunda vuelta a su próximo presidente. Según las encuestas locales, el candidato del Partido Social Liberal (PSL), , se perfila para obtener una holgada victoria frente al postulante del Partido de los Trabajadores (PT), Fernando Haddad.

Un sondeo de la encuestadora Ibope divulgado esta semana, por ejemplo, le otorga a Bolsonaro un porcentaje de votos del 57% frente al 43% de Haddad, números similares a los publicados hace unos días por Datafolha (56% y 44%, respectivamente). Dado el corto plazo que queda hasta los comicios, es poco previsible que se dé una remontada. De esta manera, Bolsonaro concluirá una carrera hacia la presidencia que muchos creían impensable en sus inicios.

Resulta difícil exagerar el peligro que representa una candidatura como la de Bolsonaro para la democracia en la región. A lo largo de su carrera política el siete veces diputado federal ha tenido gestos, por decir lo menos, preocupantes: se ha pronunciado a favor de la tortura y ha manifestado su simpatía por la dictadura que sometió a entre 1964 y 1985. En estos meses de campaña, ha reclutado en su fórmula a un candidato a vicepresidente que contempla la posibilidad de dar un autogolpe con el apoyo de las fuerzas armadas, y se ha negado a reconocer cualquier resultado electoral que le sea adverso. Rasgos ciertamente incompatibles en un demócrata.

Por otro lado, el discurso azuzado por Bolsonaro carece de cualquier noción mínima de tolerancia. Bien conocidas son las afrentas que ha disparado contra los afrodescendientes, las minorías sexuales y las mujeres. Expresiones todas, de más está decirlo, deplorables. Y ya como candidato a la presidencia, el legislador ha planteado algunas propuestas peligrosas, como la de liberar la venta de armas a los civiles. Una mecha peligrosa que podría encender aun más a un país que registra tasas asfixiantes de homicidios (en el 2017, los asesinatos llegaron a la escalofriante cifra de 175 al día).

Quizá estas actitudes expliquen por qué el candidato del PSL es rechazado por casi el 45% de los brasileños.

Por supuesto, nada de esto quiere decir que la otra candidatura sea una opción siquiera medianamente aceptable, pues Fernando Haddad representa a un partido que le ha infligido un daño inconmensurable a la democracia brasileña. Durante los gobiernos del PT, vale recordar, se montó, expandió e institucionalizó un esquema de corrupción que pervirtió transversalmente a la clase política, que lucró con la obra pública y que utilizó a la empresa estatal Petrobras como un cascarón para amañar contratos por prebendas con una serie de constructoras aglutinadas en lo que conocemos ahora como el Caso Lava Jato. Un modelo que, además, no se circunscribió solamente a las fronteras del país sudamericano sino que diseminó sus miasmas por todo el continente.

El propio Haddad, de hecho, ocupa hoy un lugar en la carrera por la presidencia gracias a que la candidatura de quien venía capitaneando la fórmula del PT, la del ex mandatario , fuera declarada improcedente luego de que se lo hallara culpable –en dos instancias diferentes– por corrupción. Lula, como se sabe, se encuentra en la cárcel cumpliendo una condena de 12 años. Y más allá de las manchas del ex jefe de Estado, el aluvión ocasionado por Lava Jato ha terminado salpicando también a diputados y senadores del PT, así como de otros partidos políticos.

Ambas candidaturas, la de Bolsonaro y Haddad, se hallan tan desprestigiadas que la polarización en la sociedad brasileña es prácticamente palpable. En esta tesitura es que se han registrado, en las semanas previas, actos de violencia entre los simpatizantes de uno y otro lado. Una situación a todas luces lamentable.

Muchos analistas han tratado de explicar la ascensión de Bolsonaro como una respuesta perversa a la crítica situación que padece Brasil, con una economía que aún lucha por recuperarse de una recesión, una corrupción esparcida por toda la clase política y un descrédito general hacia las instituciones de la democracia. Lo alarmante es que la coyuntura brasileña no es distinta a la que viven muchos países de la región. La amenaza, entonces, de que otros países de América Latina, el Perú incluido, puedan reproducir un escenario electoral similar muy pronto luce bastante verosímil.