Editorial El Comercio

Dos días atrás, la presidenta convocó a las elecciones generales del 2026. Tenía en realidad plazo hasta el 12 de abril para hacerlo, pero tal vez era mejor dar este paso de una vez para ofrecer una luz de esperanza al país. Saber que en 16 meses se irá esta administración, que ha sido incapaz de enfrentar el crimen y las economías ilegales, y sobrevive en una permanente ofensiva contra quienes la investigan (el Ministerio Público y la prensa independiente), alimenta la ilusión de un cambio.

La memoria de cómo esa misma esperanza se ha visto sistemáticamente frustrada en ocasiones anteriores, sin embargo, levanta preocupaciones que no pueden ser ignoradas.

Unos más, otros menos, quienes llegaron al poder desde fines del siglo pasado improvisaron. Sus programas de gobierno fueron en esencia una formalidad con la que cumplieron para ir adelante con sus apetitos electorales. No se puede eximir de responsabilidad, por cierto, a la ciudadanía. Fue su escaso interés por demandar seriedad y veracidad en esos planes antes de endosarles su respaldo en las urnas lo que permitió ese desaguisado. Y esta vez, con más de 40 organizaciones inscritas para participar en los comicios, ese problema tiende a agravarse.

En el bosque de cuatro decenas de planes de gobierno será difícil, en efecto, distinguir los árboles. Y si, como tantas otras veces, el candidato ganador irrumpe como tal en el último tramo de la campaña, exigirle precisiones programáticas devendrá un ejercicio inútil. Convocar al proceso electoral, entonces, no es suficiente para despertar la esperanza de la que antes hablábamos. A ese acto inicial tiene que acompañarlo otro de igual importancia: el de invocar a los partidos y a los postulantes a la presidencia a trabajar con honestidad y dedicación lo que quieren ofrecerle al país.

Resulta positivo, por ejemplo, que ayer el PPC, el Apra, Fuerza Moderna, Avanza País, Unidad y Paz y Fuerza Popular junto con un grupo de expertos presentaran una propuesta integral de lucha contra la criminalidad. Son planes como estos, con objetivos claros, los que necesita la población para emitir un voto responsable e informado.

Quejarse después contra aquello que se apoyó irreflexivamente en origen es llorar sobre la leche derramada. Y a los peruanos, se diría, ya no nos quedan ni lágrimas que verter ni leche que derramar.

Editorial de El Comercio

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