Editorial 2: Las dos caras de la etiqueta
Editorial 2: Las dos caras de la etiqueta

“Mira (a) esos mugrientos rojos que van al Congreso haciendo populismo”, “aparecieron […] a última sesión (del) Congreso sucios/mal vestidos” y [yo] “por lo menos no apesto” fueron algunas de las descalificaciones que el reelecto congresista Carlos Tubino lanzó días atrás con respecto a la vestimenta de algunos parlamentarios de izquierda presentes en la plenaria final de la legislatura que acaba de culminar.

Interrogado por la prensa a raíz del tono agresivo de sus comentarios, el también almirante en retiro recordó que el presidente del Congreso, Luis Iberico, había sugerido que, dada la relativa solemnidad de la ocasión, los miembros de la representación nacional acudiesen ‘bien vestidos’ al hemiciclo. Pero, como es evidente, no es lo mismo una recomendación que un requisito.

Tubino, no obstante, no parece reparar en esas sutilezas y así, en los días siguientes, continuó extendiendo una condena sin atenuante a quienes no comparten sus preferencias sobre la formalidad en el atuendo. No contento con lo anterior, efectivamente, sentenció que había sido un “faltamiento de respeto” (sic) que los referidos legisladores asistiesen con “sacos arrugados y casposos” a una ocasión de tanta relevancia. Y agregó que semejante actitud había sido ‘populista’, pues con ella habrían buscado demostrar que tienen “más llegada con el pueblo”: una reflexión con la que consiguió ampliar el radio del agravio para incluir también a una porción del electorado.

Falta ver, por supuesto, en qué consistió exactamente el pretendido desaliño que irritó al parlamentario, porque si bien la falta de aseo personal o en la ropa sería reprobable en un integrante de la representación nacional, portar vestimentas con algunos años de uso no constituye atentado alguno contra el decoro en el aspecto y menos contra el adecuado trabajo parlamentario.

Más importante aun sería recordarle al congresista que así como existe una etiqueta en el vestir, hay otra en la forma en que uno se expresa sobre el prójimo y que puede ser reclamada con tanta o más vehemencia como la primera.