(Ilustración: Víctor Aguilar Rúa).
(Ilustración: Víctor Aguilar Rúa).
Editorial El Comercio

La historia del desarrollo de las naciones no es la historia de los recursos naturales que estas poseen. Se puede apuntar a casos en los que el buen uso de materias primas fue fundamental para el despegue económico (como Noruega, Chile o Australia, por ejemplo), y otros en los que la ausencia de minerales o petróleo no impidió el dinamismo comercial (ahí están Singapur, Corea del Sur y muchas naciones europeas). Tampoco es la ideología lo que determina el crecimiento: tanto el autoritarismo chino como el liberalismo de Occidente han visto sus economías engordar.

La historia del desarrollo de las naciones, en realidad, tiene como punto central la productividad y la competitividad de su economía. ¿Qué tan atractivo es un país para iniciar y mantener una empresa? ¿Es una nación en la que se respetan los contratos, la moneda es sólida, la fuerza laboral tiene salud y educación, y las carreteras están en buen estado? ¿O es un país en el que la cercanía con el juez importa, la inflación es rampante, el acceso a estudios superiores y a cuidados de salud son limitados, y los caminos están apenas pavimentados?

Estas diferencias y muchas más son las que marcan la posibilidad de una nación de superar la pobreza, y son también las que intenta medir el en su Informe de Competitividad Global.

Como se sabe, la institución presentó esta semana la última edición del ránking, en el que el Perú ocupó esta vez el puesto 63 a nivel global entre 140 países evaluados. Aunque debido a los cambios metodológicos y a la inclusión de nuevos países las posiciones con respecto a años anteriores no son estrictamente comparables, lo cierto es que la tendencia general que presenta el Perú es clara: después de algunos años de mejora sostenida en el ránking –entre el 2007 y el 2012–, en el último quinquenio no se ha evidenciado mejora alguna.

El informe explicita varios de los conocidos rezagos que el país mantiene. En Infraestructura (puesto 85), en Adopción de Tecnologías de la Información (puesto 94), en Habilidades (puesto 83), en el Mercado Laboral (puesto 72), en Dinamismo de los Negocios (puesto 92), y en Capacidad de Innovación (puesto 89), el Perú aparece por debajo de la mitad de tabla. Mención aparte y llamado de atención merece el lamentable puesto 90 en el pilar Instituciones, quizá el componente más crucial para el crecimiento de largo plazo y las posibilidades de desarrollo del país.

Estas deficiencias no son asunto que debería importar únicamente al político o al empresario. Detrás de la jerga economicista y términos abstractos, la medición de la competitividad de un país tiene un correlato directo sobre las posibilidades de las familias de superar la pobreza, construir ciudadanía y mejorar su calidad de vida. En algunos casos el vínculo es más obvio y directo que en otros, como sucede con la salud, la educación y los caminos públicos, pero todos son importantes para conseguir un ambiente que estimule la inversión, el empleo y la generación de riqueza.

En una economía globalizada como la actual, el país que no mantiene el paso con las mejoras tecnológicas, institucionales y de innovación no solo no avanza a escala internacional, sino que retrocede en relación con sus pares que sí hicieron la tarea. Mientras el Perú se enfrasca en las discusiones políticas diarias y deja de lado las reformas estructurales, otros aprovechan para repensar el aparato productivo y las habilidades de su población. Si el camino hacia mayor competitividad y desarrollo es una maratón, los últimos kilómetros los hemos recorrido mirándonos el ombligo.