Editorial: La verdadera depresión
Editorial: La verdadera depresión

Tras más de 100 días de silencio, la lideresa de Fuerza Popular (FP), Keiko Fujimori, reapareció el último miércoles ante la ciudadanía, con ocasión de la inauguración del nuevo local central de su partido, en el Cercado de Lima. El momento más esperado del evento era, por supuesto, el del discurso que, según se anunció, ella pronunciaría desde un balcón del nuevo cuartel general del fujimorismo, y en el que previsiblemente haría un primer balance del actual gobierno. Pero cuando el discurso finalmente llegó, más que las críticas puntuales a la gestión presidencial, lo que llamó la atención fueron algunos otros mensajes implícitos en él.

Declarativamente, la intención fundamental de la alocución era desvirtuar las versiones que afirmaban que la ausencia de la ex candidata de la vida pública obedecía a la desazón producto de la derrota electoral, pero el tono general de sus palabras terminó sugiriendo en realidad que el trago amargo no ha sido todavía digerido del todo. 

El hecho, desde luego, va más allá de su desafortunado comentario en el sentido de que la depresión “es para los perdedores”. Porque, independientemente de si se siente o no abatida por ello, quedó claro que todavía está envuelta en la crispación de la campaña.

Pero vayamos al discurso mismo. Con respecto a las virtudes del silencio en el que estuvo sumida, Fujimori indicó, por ejemplo, que este ha permitido “contribuir con la paz política que necesita el país”, y que ha sido “importante para ese casi 50% de personas que confían en FP”. De donde se desprende, primero, que ella solo entiende los pronunciamientos políticos como instrumentos de guerra y, segundo, que actúa únicamente con los votantes que la respaldaron en mente.

La ‘paz política’, por lo demás, ha sido reiteradamente perturbada en estos meses por varios miembros de la bancada de FP. 

Afirmó también la lideresa del fujimorismo, por otra parte, que su repliegue verbal permitió “lograr esa armonía que se requiere en la bancada” y “consolidar el trabajo con el equipo técnico”, lo que puede sonar bien de primera intención, pero si se lo piensa con detenimiento resulta un planteamiento absurdo, pues ni lo uno ni lo otro tendría que haberse visto amenazado por sus opiniones públicas. Y hasta se diría que estas, más bien, podrían haber tenido una función orientadora.

No menos llamativa fue su advertencia a “los contrincantes” –un término que revela que todavía cree que está en medio de la batalla electoral– en el sentido de que “sus marchas en las calles” y “sus campañas de desprestigio, de mentiras y de odios” no van a detener a FP: una manera, suponemos, de aludir a quienes simplemente han expresado en estos días un clamor válido sobre los candidatos que su bancada decidió postular o respaldar para integrar el directorio del Banco Central de Reserva. 

Mención aparte, finalmente, merece la manera oblicua que tuvo de referirse a los resultados electorales que le fueron adversos y a la postergada necesidad de reconocerlos. “Todos sabemos cuáles son”, fue todo lo que dijo, como evitando con un rodeo una zona de dolor y ofreciendo, al mismo tiempo, una pista sobre las verdaderas razones de su silencio.

Lo que sí tendría que ser deprimente para un país es que la principal lideresa de la oposición entienda su actividad política como una prolongación de la campaña y toda posibilidad de expresarse como un inexorable quebrantamiento de la paz. La ciudadanía toda –y no solamente el ‘casi 50%’ que votó por ella– espera de la señora Fujimori una contribución al desarrollo del Perú en estos cinco años, a través de sus críticas, cómo no; pero también a través de sus propuestas, su respaldo a aquello con lo que esté esencialmente de acuerdo y su liderazgo.