Hasta la noche de ayer, el Ministerio de Salud (Minsa) reportaba 13.187 fallecidos por COVID-19 en el país. (Foto referencial).
Hasta la noche de ayer, el Ministerio de Salud (Minsa) reportaba 13.187 fallecidos por COVID-19 en el país. (Foto referencial).
Editorial El Comercio

La semana pasada, al saludar el reciente cambio de Gabinete, demandamos de la gestión del nuevo presidente del Consejo de Ministros esencialmente tres cosas: transparencia, diálogo y confianza. Y, a decir verdad, a partir del mismo día en el que juró, el ministro ha hecho anuncios que parecen orientados en esa dirección.

En lo que concierne específicamente a la transparencia, uno de los ingredientes que exigíamos era que los datos sobre la pandemia del COVID-19 que el Gobierno transmitía periódicamente a la ciudadanía empezaran a ser fiables. Decíamos que no podía volver a proporcionarse información equívoca sobre el momento de la curva de contagios en el que nos encontrábamos o sobre la cantidad de víctimas que el virus había cobrado en el territorio nacional.

Como se sabe, una comparación entre el número de muertes registradas en el país en los meses de cuarentena y el número de decesos producidos en períodos similares en los años pasados arroja una diferencia importante explicable, en su mayor parte, por los estragos de la pandemia... Y que corresponde, aproximadamente, al triple de lo que los reportes oficiales sobre la materia han venido indicando.

Pues bien, interrogado sobre el particular por la prensa, el jefe del Gabinete ha admitido el problema y ha declarado: “Hemos encontrado un desfase”. Y tras mencionar que ya había abordado el asunto con la doctora , nueva titular de Salud, añadió: “Vamos a hacer los esfuerzos para sincerar [la cifra de fallecidos]”.

Casi sin solución de continuidad, sin embargo, afirmó algo más. “Acá no ha habido ocultamiento, mala fe, dolo, intención de ocultar lo acontecido”, aseveró. Una sentencia ya netamente política, pues lo cierto es que esa solo sería una conclusión a la que podría llegarse después de una investigación de los hechos, que difícilmente podría haberse realizado en los pocos días que el señor Cateriano lleva en el cargo.

Si la vocación de este Gobierno por mantenerse popular explica tantos de sus comportamientos objetables –no observar la ley del Congreso sobre de los fondos personales de las AFP, amenazar a las clínicas privadas, hacer amagues sobre que en realidad no se podía convocar–, ¿por qué tendría que ser esta una excepción? Una cifra elevada de fallecidos es una mala noticia y nadie que quiera permanecer en el lado amable de las simpatías ciudadanas la va a transmitir con agrado; máxime si siente que parte de la responsabilidad de esos guarismos le puede ser atribuida.

Si en efecto no hubo voluntad de “dorar la píldora”, por otra parte, la explicación alternativa no dejaría tampoco en buen pie al Ejecutivo, pues estaríamos ante un caso de incompetencia monda y lironda. Sobre todo, si el equipo encabezado por el señor Cateriano aporta pronto el número real de muertes, porque eso demostraría que la tarea era realizable si alguien se aplicaba seriamente a ella.

Ahora, por lo tanto, la responsabilidad del nuevo primer ministro no es solo dar la cifra real de los fallecidos, sino también la explicación de por qué no la tuvimos antes. Cubrirles las espaldas a quienes no quisieron o no pudieron satisfacer esa demanda antes no es, bajo ninguna circunstancia, parte de sus obligaciones.

Sea como fuere, la determinación del flamante presidente del Consejo de Ministros por ofrecer finalmente información confiable sobre la situación de la pandemia en el país es saludable. Y esperamos que vaya acompañada de un reporte periódico y minucioso sobre el número de contagios y la disponibilidad y ubicación de las camas UCI, porque también en esos terrenos los anuncios del Ejecutivo a la opinión pública han sido morosos.

No más eufemismos (“desfase”, en realidad, lo es), entonces, pues no es con píldoras doradas, sino con reacciones sobre la base de información veraz, que vamos a derrotar a la epidemia que azota el país.