Ayer por la tarde, el pleno del Congreso emitió 88 votos en contra del pedido de confianza planteado por el saliente ministro de Economía, Alfredo Thorne. Asimismo, hubo 11 votos a favor y 2 abstenciones.
Ayer por la tarde, el pleno del Congreso emitió 88 votos en contra del pedido de confianza planteado por el saliente ministro de Economía, Alfredo Thorne. Asimismo, hubo 11 votos a favor y 2 abstenciones.
Editorial El Comercio

Lo sucedido ayer con el ya depuesto ministro de Economía, , no puede sorprender a nadie. Su suerte, en realidad, estaba echada desde que se conoció el contenido completo de su conversación del 17 de mayo con el contralor general de la República, . Contrariamente a lo que él sugirió cuando se divulgaron en un programa periodístico los primeros extractos de ese diálogo, la grabación no editada del mismo no cambió la percepción que se tenía de su intervención en ese trance, sino que, más bien, la confirmó. Quedó claro, en concreto, que si bien no cometió actos ilícitos, el saliente titular del MEF incurrió en dos considerables torpezas políticas.

Por un lado, la de tratar en una misma reunión el informe que la contraloría tenía en ese momento pendiente sobre la adenda al contrato del aeropuerto de y la solicitud de esa entidad de un incremento de su presupuesto, dando pie a suspicacias sobre un eventual intento de hacer depender una cosa de la otra. Y por otro, la de involucrar, a través de diferentes referencias explícitas, al presidente en el supuesto ‘encargo’ de asegurar una imprecisa ‘ayuda’ del contralor sobre el destrabe de proyectos de inversión, en el contexto de unos “grises bien turbios” de la legalidad.

Con esos desatinos políticos a cuestas, era previsible que el Congreso –que es a fin de cuentas una instancia política y está mayoritariamente integrado por representantes de la oposición– acabaría licenciándolo. Pero, habida cuenta de lo ocurrido antes con el ex ministro de Educación Jaime Saavedra y del maltrato del que fue objeto también el ex titular de Transportes Martín Vizcarra con ocasión de su propia interpelación, era evidente que adoptar tal decisión tendría un costo para quien se animara a hacerlo.

Sin embargo, lejos de capitalizar esa circunstancia a favor del futuro del gobierno y de la imagen que quedaría de él tras su retiro del cargo, Thorne sumó a los desaciertos ya mencionados otros nuevos. Primero, el de basar su defensa ante la representación nacional fundamentalmente sobre alusiones a su trayectoria personal y profesional, así como a la importancia de la recuperación económica del país que él debía encabezar, generando la sensación de que se quería soslayar el problema específico que lo había arrastrado hasta ese foro.

Y segundo, el de plantear una cuestión de confianza al respecto, en lugar de dejar que las bancadas de oposición cumplieran con la onerosa faena de impulsar y votar su propia moción de censura.

Más allá de las discusiones legales sobre si tal cuestión de confianza procedía en esta circunstancia, ¿qué pretendía efectivamente Thorne que le respondiese la variopinta mayoría parlamentaria no oficialista a la demanda de si le otorgaba su confianza tras los desaguisados ya comentados? Los 88 votos registrados ayer en contra de su solicitud no dejan margen para la duda.

El problema, por lo demás, no se agota en lo ya mencionado. Adicionalmente, se ha manoseado en vano un recurso que el gobierno venía atesorando como una ‘bala de plata’ para remontar el arrinconamiento al que lo tiene sometido la mayoría opositora. Es cierto que no es lo mismo una cuestión de confianza planteada a propósito de la gestión de un ministro específico que una planteada en torno al desempeño de un Gabinete en general (de hecho, solo la acumulación de dos negativas a este último tipo de demanda es la que abre la posibilidad de cerrar constitucionalmente el Congreso y llamar a nuevas elecciones legislativas), pero el grueso de la ciudadanía no se detiene ante un discernimiento tan fino.

Si a partir de este momento, el Ejecutivo decidiese pulsear con el Parlamento valiéndose del referido instrumento constitucional, para cuando se llegase al segundo equipo ministerial en demanda de confianza, lo más probable es que buena parte de la población tendría la sensación de que el gobierno está abusando de un recurso extremo.

Así las cosas, queda claro que, más allá de qué tan cierto sea que la oposición tiene cierta predilección por ponerle zancadillas al gobierno, en este caso el oficialismo tropezó con sus propios pies.