Editorial: Un fondo para mi país
Editorial: Un fondo para mi país
Redacción EC

Si es que no en “un banco de oro”, el Perú está sentado en este momento en S/.85 mil millones de activos líquidos colocados en diferentes bancos (el equivalente al 15% de nuestro PBI). Al mismo tiempo, si bien no puede decirse que sea “un mendigo” luego de que el crecimiento de las dos últimas décadas haya reducido la pobreza al 25,8% de la población (del 60% en que estaba al comenzar la década de los noventa), ciertamente sigue siendo un país con severos déficits de infraestructura (física y de capital humana). Déficits que funcionan ya hoy como cuellos de botella del crecimiento y que comprometen su futuro con creciente seriedad conforme el tamaño de la economía va requiriendo de mayores y mejores elementos y servicios para continuar funcionando. 

El primer dato –el de los S/.85 mil millones de activos líquidos– lo acaba de revelar el . El segundo –el de nuestra gran brecha de infraestructura que frena el crecimiento de hoy y amenaza seriamente el de mañana– lo sostienen todos los medidores serios y el propio gobierno en sus diferentes sectores. Un ejemplo reciente y particularmente representativo: el ha declarado recientemente que solo la brecha de infraestructura física que tiene su sector (es decir, la que no incluye los recursos necesarios para llevar adelante la carrera magisterial) equivale al 10% del PBI. Y ese es únicamente un ejemplo: hay suficientes de ellos como para que la pueda estimar el total de nuestra brecha de infraestructura física en casi US$90.000.

Naturalmente, la existencia de estos millonarios ahorros líquidos no es un dato que pueda convivir pacíficamente con el de la inexistencia de una infraestructura que permita que el Perú siga creciendo a los ritmos actuales y que, en general, pavimente su camino al desarrollo. Esto, especialmente teniendo en cuenta que se trata de recursos adicionales a los S/.24 mil millones que tiene el (FEF), equivalentes a otro 4,3% del PBI, y que aseguran recursos al para reaccionar en caso de una crisis.

Hay que poner estos S/.85 mil millones a trabajar, invirtiéndolos en una agenda de competitividad para el país. Es decir, en comenzar a tapar todos esos grandes huecos que amenazan nuestro futuro: los de la educación, los de la infraestructura de transportes, los de la reforma del Estado y los demás; siendo acaso los más esenciales los de esta última reforma, si tenemos en cuenta que ahí es donde se debe generar la capacidad de planificar y gestionar la inversión de manera continuada, innovadora y eficiente.

Pues bien, una manera ideal de poner este dinero a trabajar sería constituir un fondo soberano de riqueza, como se propuso a fines del gobierno anterior. Es decir, un ente ad hoc independiente del resto de las finanzas estatales y manejado, en cuanto a su administración financiera, por un tercero especializado (que podría conseguirse por medio de una licitación pública, como se hizo en el caso del antes mencionado FEF).

Esta figura tendría por lo menos dos grandes ventajas: la primera, que haría que el dinero que hoy duerme el sueño de los justos pase a generar rendimientos que, aún con un manejo conservador, agregarían algunos miles de millones al año a los recursos disponibles. La segunda, permitiría aislar estos fondos del resto de recursos estatales, protegiéndolos así de las eventuales tentaciones de cualquier posible gobierno populista y asegurando que se dediquen al gasto de inversión antes descrito.

De hecho, un fondo así podría ser incluso aprovechado para ejecutar la reforma del canon. En la medida en que esta reforma suponga reservar parte de los ingresos del canon en los años buenos para gastarlos en los años de vacas flacas, esa parte ahorrada podría incorporarse al fondo, para que genere también utilidades que puedan ser reinvertidas en las propias regiones. 

Hasta aquí el Perú ha hecho con estos recursos excedentes lo que hacen las familias responsables: ahorrarlos. Ahora le toca hacer lo que también hacen estas familias: invertirlos en su futuro.