El presidente Martín Vizcarra juramenta al nuevo presidente del Consejo de Ministros (PCM) Pedro Cateriano, ayer, en Palacio de Gobierno. (Foto: Difusión).
El presidente Martín Vizcarra juramenta al nuevo presidente del Consejo de Ministros (PCM) Pedro Cateriano, ayer, en Palacio de Gobierno. (Foto: Difusión).
Editorial El Comercio

El presidente practicó ayer una cirugía mayor en el equipo ministerial que lo acompañaba. No solo cambió a quien lo encabezaba, el ahora ex primer ministro , sino también a los titulares (diez de esas modificaciones supusieron la incorporación de nuevos integrantes al Gabinete y otros dos ministros fueron trasladados a otros sectores).

Se trata de una medida que se venía reclamando de tiempo atrás desde distintos grupos políticos y que los pedidos de interpelación parlamentaria en marcha seguramente aceleraron. ¿En qué radicaba la necesidad o la urgencia de los cambios? Si bien siempre se puede argumentar que a distintas etapas de un gobierno corresponden distintas tareas y que, en consecuencia, hacía falta conseguir personas idóneas para enfrentar los retos de una nueva coyuntura, lo cierto es que parte de esos desafíos ya existían desde hace meses y que en muchos casos no estaban siendo encarados con solvencia por los responsables de hacerlo.

El recién nombrado presidente del Consejo de Ministros, , no es nuevo en política y lo ha de haber considerado antes de aceptar el encargo. Y de seguro ha evaluado también la circunstancia de que la expectativa y el optimismo que genera una designación como la suya se evaporan con facilidad si es que la gente no ve desde el principio una actitud orientada hacia la enmienda de lo que se percibía como negativo o ausente.

En ese sentido, una de las primeras virtudes que se le va a exigir a su gestión es transparencia, tanto en lo que concierne a la fiabilidad de los que el Gobierno transmite periódicamente a los ciudadanos como en las respuestas a las inquietudes que existen actualmente acerca de contrataciones indebidas .

No puede haber, por ejemplo, más anuncios equívocos sobre en el que nos encontramos o sobre la cantidad de víctimas que el virus ha cobrado en el territorio nacional. Omitir las malas noticias no es lo mismo que hacerlas desaparecer.

Precisará, asimismo, el flamante primer ministro desarrollar una capacidad de negociación y diálogo con los otros poderes del Estado; singularmente, con el Legislativo. Está visto que las visitas protocolares y las proclamas de trabajo conjunto y en armonía no sirven sino para los titulares en la prensa oficial. A pesar de esos gestos, la tensión entre el y el Ejecutivo es hoy permanente y conduce a la aprobación de iniciativas descabelladas y con sabor a represalia política antes que a intentos de practicar el buen gobierno.

No menos importante, desde luego, será la restitución de la confianza en el sector privado. No solo a través de la eliminación de los absurdos burocráticos que asfixian para este las posibilidades de la reanudación de las actividades económicas, sino también permitiéndole poner sus capacidades al servicio de la lucha contra el .

Colaboración en lugar de un hostigamiento que supone a los representantes de ese sector negligentes o abusivos por naturaleza es lo que demanda la hora presente.

A todo ello cabría agregar quizás una mayor presencia de ánimo de parte del Gobierno para defender posiciones que le parezcan razonables aun cuando no sean populares. El caso de la abdicación de responsabilidades en la que el Ejecutivo incurrió al no observar la iniciativa de los fondos individuales de las AFP aprobado en abril por el Congreso es una clara muestra de lo que no debería volver a suceder.

En resumidas cuentas, entonces, transparencia, diálogo y confianza, así como una menor vocación por sintonizar a como dé lugar con los estados de ánimo tumultuosos de parte de la población, es lo que se le demandará a este Gabinete renovado de la actual administración, al que por supuesto le deseamos toda la buena suerte y la energía necesaria para asumir las tareas que tiene por delante.