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Editorial El Comercio

¿Cuán desgarrador puede ser para la víctima de una agresión volver a verse arrastrada de los pelos por quien se supone la amaba? Si hace más de un año, el video que mostraba a Arlette Contreras brutalmente atacada por su ex pareja causó espanto y dolor en todo el país, ¿qué puede haber sentido la agredida? ¿Qué puede estar sintiendo hoy ? Y aun así, sería peor que los videos de Contreras y de De Osma no existieran.

Las imágenes difundidas el último domingo, y grabadas por una testigo desde su celular, muestran a Micaela de Osma como protagonista de una pesadilla repetida, siendo arrastrada por la acera e introducida a la fuerza a un edificio a manos de Martín Camino Forsyth, quien continuó con la agresión en la escalera del inmueble. Todo esto ante los gritos desesperados de la víctima y la mirada desconcertada de personas que le demandaban que la soltara.

De Osma ha presentado una denuncia en la comisaría y el examen del médico legista ha determinado que sufrió escoriaciones en la región de la espina ilíaca derecha y en la región anterior interna izquierda. Ello sin mencionar el evidente daño psicológico producido.

Según señaló el comandante de la policía y comisario de Miraflores, Jorge Maguiño, el agresor habría golpeado a su pareja luego de que ella se negara a darle la clave de acceso a su celular. En declaraciones a la prensa, De Osma afirmó que el atacante había reaccionado violentamente con anterioridad (con empujones e insultos) y que incluso esa tarde la amenazó de muerte con un cuchillo.

Pese a la contundencia de las imágenes, el abogado de Camino declaró, para estupor de todos, que este “en ningún momento la ha arrastrado por el piso, solamente la ha jaloneado” y que se trataría apenas de un “problema de celos”.

Este acto de violencia se produce la misma semana en que se hizo pública la denuncia que la periodista presentó en la comisaría de San Isidro contra el economista Juan Mendoza por agresiones físicas y psicológicas.

De acuerdo con la denuncia policial, Mendoza –quien entonces era su pareja– habría insultado y agredido a Álvarez en repetidas oportunidades. Además, la habría ahorcado, escupido, jalado de los brazos, de los cabellos y tirado al piso. Según declaró la periodista ante la policía, el economista la amenazó diciendo: “Tú no sabes lo que es sacarte la mierda, no me provoques […] Te podría matar pero no te voy a matar porque te quiero”.

Mendoza ha rechazado las acusaciones, primero por Twitter (“Lamento que se ventile en público supuestos aspectos de mi vida privada, los cuales niego categórica y rotundamente”) y luego en una entrevista el último domingo en el programa “Panorama”. “Tengo bastante sospecha que esto poco tiene que ver con una relación de pareja [...] Lo que muchas personas han alegado esta semana de mis problemas personales, pero eso no va a hacer que yo deje de dar mis opiniones [sic]”, declaró dando a entender un supuesto móvil político en la denuncia en su contra. Además, acusó a Álvarez de una supuesta infidelidad.

Y si bien Mendoza tiene el derecho a defenderse ante el creciente número de evidencias que apuntan en su contra (incluyendo el certificado del médico legista y los testimonios de su ex esposa), sus declaraciones provocan indignación. Pues denunciar la violencia de pareja no es un aspecto privado y, por el contrario, deslizar en ese contexto un supuesto acto de infidelidad sí lo es. Una bajeza de la que, penosamente han hecho eco varias personas en las redes sociales, afirmando que “algo deben haber hecho” las víctimas, como si algo pudiera excusar o mitigar la responsabilidad de un agresor.

Nadie debería tener la “suerte” de ser grabada para probar que fue atacada. Nadie debería responsabilizar a la víctima o justificar al agresor.