Editorial: Ideología de número
Editorial: Ideología de número

El fin de semana pasado, Lima y otras ciudades del país fueron escenario de marchas simultáneas convocadas por el colectivo . El propósito anunciado de ellas fue protestar contra la llamada que supuestamente informa el currículo escolar establecido por el Estado y, en última instancia, conseguir su desactivación.

En lo que concierne al contenido de la ideología en cuestión, las explicaciones de los convocantes a las movilizaciones son imprecisas, pero grosso modo su rechazo parece dirigido a la idea de que el género, a diferencia del sexo biológicamente determinado, es algo que se va construyendo cultural y psicosocialmente de acuerdo con las características y entorno de cada persona. De hecho, una de las sentencias del más citadas por sus detractores es la que afirma: “Si bien aquello que consideramos ‘femenino’ o ‘masculino’ se basa en una diferencia biológica-sexual, estas son nociones que vamos construyendo día a día, en nuestras interacciones”.

En ese sentido apuntaron también, por ejemplo, lo declarado por Beatriz Mejía, vocera del referido colectivo, en una entrevista televisiva concedida con ocasión de la marcha (“En el fondo lo que se está buscando es una conducta social permisiva del homosexualismo, y no solamente del homosexualismo, sino de toda conducta sexual distinta a lo que es la conducta sexual natural”, aseveró ella) y las intervenciones de varios de los oradores de la manifestación.

Para ellos, en general, la circunstancia de nacer mujer o varón trae consigo, más bien, una serie de valores y roles en la sociedad que no pueden ser alterados por ser un dictado de la naturaleza o la providencia, según la mayor o menor carga religiosa del discurso de turno. La ‘ley de la vida’ o la ‘ley de Dios’ son invocadas alternadamente como el argumento central en esta discusión.

Y las consecuencias de esto, por supuesto, son muy serias, pues van mucho más allá de la anecdótica marginación que puede sufrir un hombre que practica el ballet clásico o una mujer aficionada o habituada a manejar el taladro en su casa. Tienen que ver, en realidad, con las orientaciones sexuales de los individuos, con el libre ejercicio de los métodos de control de la natalidad por parte de ellos y con el tipo de metas profesionales que cada quien se puede trazar, entre muchas otras cosas. Derechos que, dentro de la definición republicana de un Estado laico, como el que supuestamente tenemos, tendrían que asumirse como garantizados.

Pero contra esta consideración, los objetores de la supuesta y elusiva ‘ideología de género’ tienen un antídoto que juzgan infalible: el número. En medio de debates y entrevistas, efectivamente, ellos apelan con frecuencia al expediente de que esos derechos y las consecuencias legales que deberían derivarse de ellos no son “lo que la mayoría del pueblo peruano quiere”. Lo recitan con distintos matices los congresistas y las autoridades religiosas que abanderan la causa que nos ocupa. Y acuden siempre a cifras de encuestas o a desafíos de llevar la materia a referéndum para demostrar la razón que los asiste.

Semejante lógica, sin embargo, es falaz, porque si bien toda democracia supone el gobierno de las mayorías, lo que esas mayorías pueden determinar está limitado por las leyes y la Constitución. No pueden, de hecho, atropellar los derechos individuales de quienes pertenecen a una minoría, porque eso sería vivir en medio de una dinámica de linchamiento perpetuo.

Por eso, es fácilmente aceptado que la mayoría de un país no puede decidir, por ejemplo, en dónde va a vivir o en qué va a trabajar un determinado ciudadano. Pero lo cierto es que, de acuerdo con ese mismo principio, tampoco está facultada para establecer con quién se empareja o si va a tener hijos y cuántos.

Y sin embargo esa es la premisa de una auténtica ‘ideología de número’ de la que los enemigos de la libertad quieren hacer libro de texto y nuevo currículo.