Editorial: Kit de supervivencia
Editorial: Kit de supervivencia
Redacción EC

La sola circunstancia de que el presidente Humala haya tenido que salir el jueves a anunciar que respalda a Ana Jara como primera ministra indica que la situación de esta en el gobierno no es tan sólida como se pretende. En ese sentido apuntan también las declaraciones de apoyo y pretendido sometimiento a ella vertidas en los días siguientes por la primera dama y el ministro Urresti, respectivamente (quienes, dicho sea de paso, confirman así un poder que excede largamente el que corresponde a sus cargos). Nadie sale, en efecto, a reiterarle la confianza o la obediencia a quien no lo necesita.
 
La precariedad de la señora Jara en la Presidencia del Consejo de Ministros, por otra parte, quedó reflejada también el día de su concurrencia a la Comisión Permanente del Congreso para dar explicaciones sobre el presunto reglaje a la vicepresidenta Marisol Espinoza: al entrar señaló que no renunciaría de ninguna manera porque ello sería admitir responsabilidad del gobierno en el caso. Y al salir, unas horas más tarde, ya decía que evaluaría su presencia en el Gabinete y si advertía que “en vez de sumar, resta”, podría alejarse.
 
¿Qué había ocurrido entre una afirmación y la otra? Pues que, durante la sesión, la primera ministra había sentido a flor de piel lo expuesta que estaba políticamente por la debilidad de los argumentos oficiales para negar el espionaje. Y también, que su llamado al diálogo con la oposición pendía de un hilo, pues si ella misma había perdido los papeles atribuyéndole al congresista fujimorista Juan Díaz Dios tener problemas de “comprensión lectora”, controlar a los ministros más belicosos con los adversarios del gobierno iba a ser prácticamente imposible.
 
A pesar de su posición difícil y los enemigos externos e internos que pugnan por sacarla, hay sin embargo quienes consideran que ella sigue siendo lo mejor de la vitrina humalista y que los gestos que ha hecho por darle briznas de institucionalidad a esta administración merecen un esfuerzo por tratar de sostenerla en el puesto, por lo que nos hemos permitido aquí esbozar una lista de los elementos mínimos que debería contener su kit de supervivencia.
 
Lo primero que le hace falta hacer a la señora Jara, por supuesto, es darle a su llamado al diálogo visos de verosimilitud. Y para ello no solo necesita dominar sus propios arrebatos y los del presidente, sino, sobre todo, retirar de su equipo a los ministros que mantienen al oficialismo en pie de guerra con la oposición. Uno a fuerza de insultos que invaden el terreno personal (Urresti) y el otro con pullas que buscan descalificar a los críticos pero dejan sus críticas intactas (Cateriano). El primero de ellos, además, ha supuesto un cuestionamiento permanente de su autoridad como jefa del Gabinete.
 
No es que el gobierno, desde luego, no deba tener un vocero ni capacidad de respuesta a la oposición (mientras esta respuesta tenga siempre el tono que corresponde a quien es cabeza de un país y no de una facción). Pero es justamente para ello qu e existe el cargo de primer ministro.
 
Adicionalmente, a fin de dar una señal clara de que el gobierno va a dejar de lado su preocupante ambigüedad en el caso Belaunde Lossio, la primera ministra tendría que relevar también al titular de Justicia, Daniel Figallo. Y considerar asimismo la posibilidad de incluir en la nómina de los licenciados, por ejemplo a la ministra Omonte, quien desde el penoso incidente con su empleada del hogar a quedado sin autoridad moral para ejercer su encargo.
 
Resulta indispensable, al mismo tiempo, que la primera ministra proporcione cuanto antes una explicación seria y fiable sobre los casos de reglaje, que excluya exóticos villanos con turbante del relato. Las frases que empiezan con el giro “nosotros somos los primeros interesados en aclarar…”, por otro lado, deberían ser retiradas de su repertorio argumentativo, porque hasta ahora solo han sido el preludio a la mención de todo aquello que con seguridad permanecerá oscuro en las inmediaciones del poder.
 
Lo más importante de todo, no obstante, es que la señora Jara nos convenza de que, con su aporte, el Ejecutivo exhibirá por fin los reflejos necesarios para darle alguna orientación al país durante el próximo año y medio. Porque la derogación de la ‘ley pulpín’ parecería haber iniciado una etapa de letargo y descomposición en un gobierno al  que ya desde antes de esta derrota se le había ralentizado la economía entre las manos. Las mismas manos con las que, despliegues teatrales aparte, jamás logró coger la inseguridad ciudadana, por solo dar un ejemplo que requiere de atención con igual urgencia que nuestra desaceleración económica. Si consigue todo eso en un plazo que no exceda las exiguas reservas de esperanza que un sector de la ciudadanía todavía tiene para con ella, la señora Jara podrá retirarse el respirador artificial, y comenzar a ejercer otra vez un mando legítimo en un Estado que tiene suficientes problemas como para poder darse el lujo de un año y medio con un gobierno que despache desde una camilla.