Editorial: Maldiciones contra la austeridad
Editorial: Maldiciones contra la austeridad
Redacción EC

En medio de los fuegos artificiales y el carnaval desatado por sus partidarios en Atenas, el líder de la y ahora primer ministro griego, , celebró esta semana su triunfo electoral con un discurso en el que identificó, aparentemente, el origen de todos los males que padece su país: la austeridad.

“Este mandato cierra el círculo vicioso de la austeridad”, sentenció solemne. Y luego proclamó también que, a partir de su elección, “deja la austeridad tras cinco años de humillación”.

Pero quizá el más sorprendente de sus anuncios fue que su victoria representa “la de todos los pueblos de Europa que luchan contra la austeridad que destroza nuestro futuro común”. Porque si bien es ya bastante descabellada la transmutación de lo que habitualmente se entiende como una virtud –el evitar gastos imposibles de solventar con el dinero del que se dispone o se es capaz de generar– en una vileza, mucho más lo es pretender que la ruina que esa práctica acarrea no solo es moral sino material. En palabras de Tsipras, que la austeridad no solo humilla a quienes la cultivan, sino que destroza su futuro.

En el fondo, la concepción expresada en su discurso no es nueva. Constituye más bien el recrudecimiento de lo que años atrás la prensa denominó “la enfermedad griega”: el ofrecimiento a la población de servicios de salud o educación y otros beneficios a cargo del Estado que la economía local no podía financiar, pero posibles durante un tiempo gracias a que los sucesivos gobiernos helenos habían recurrido al endeudamiento para cubrir ese déficit. Como se sabe, los acreedores, no obstante, se rehusaron en determinado momento a continuar prestándole dinero a Grecia a menos que adoptase medidas drásticas para cortar el gasto público y balancear los presupuestos. Pero el solo intento de poner en vigor esas decisiones provocó revueltas callejeras y el surgimiento de liderazgos políticos como el de Tsipras, opuestos al empeño de ordenar la casa. 

En buena cuenta, lo que esos liderazgos proponían era continuar con el carrusel de préstamos para sostener un estado de cosas en el que, por ejemplo, los trabajadores podían optar por un retiro anticipado (a poco de cumplir los 50 años) cobrando el 90% de su último sueldo, mientras los desempleados tenían garantizado un tren de vida que incluía ‘vacaciones’ anuales pagadas por el erario público. Un estado de cosas, en suma, que, a raíz de la indeclinable disposición a gastar más de lo que se producía, llevó a Grecia a deber el 200% de su PBI.

Estaba –y está todavía– detrás de este artificioso aliento a no interrumpir la fiesta, la creencia casi supersticiosa de que el crecimiento económico se consigue a través del gasto, y no del ahorro, la inversión y la administración severa de los recursos públicos. Pero el ensayo reiterado de esa receta en muchas partes del mundo ya había mostrado la falacia que entraña, así que, a regañadientes, el Estado griego tuvo que someterse a las políticas de austeridad –que no es de otra cosa de lo que estamos hablando– que le exigieron el Fondo Monetario Internacional, la (UE) y sus otros acreedores para extenderle un nuevo crédito que le permitiera seguir existiendo. Y de esa forma, la “enfermedad griega”entró en un frágil estado de remisión.

Nada hay peor, sin embargo, para la salud de un paciente en recuperación que una recaída. Y la que acaba de sufrir Grecia con la victoria de Syriza es grave. Lo sugieren estas maldiciones contra la austeridad proferidas por Tsipras como en medio de un delirio de agonía y también el alegre aturdimiento con el que una mayoría de los griegos las aclama. Porque los otros socios de la UE no han tardado en advertir al flamante gobernante heleno que la reestructuración que exige está en línea de colisión con la realidad y que no piensan permitir que la citada ‘enfermedad’ inicie una ola de contagios: , representante de Holanda y presidente del Eurogrupo, ha recordado que “pertenecer a la zona euro significa que hay que respetar el conjunto de los acuerdos”, mientras que el ministro de Finanzas alemán, Wolfgang Schäuble, con menos eufemismos, ha señalado que una reducción de la deuda griega está excluida.

Así las cosas, es posible que Tsipras esté empezando a reconsiderar sus imprecaciones contra la austeridad, porque de otro modo el recrudecimiento de la dolencia a la que su país ha dado nombre podría ser final.