En nuestro editorial del domingo decíamos que el presidente Humala no podía darse, nuevamente, el lujo de hacer un discurso-lista en el que no transmitiese nada especial. La inercia –señalamos– juega ahora en su contra pues en el 2014 el Perú crecerá menos de lo necesario para crear puestos de trabajo para todas las personas que se incorporan al mercado laboral. La posibilidad de que este año –después de muchos– se genere desempleo y quizá pobreza, sumada a la situación de creciente inseguridad ameritaba un discurso contundente, inspirador y que contuviese anuncios de reformas institucionales profundas. Lamentablemente, este no fue el que decidió dar el presidente.
Lo que escuchamos ayer fue –por otro año consecutivo– una lista de cosas hechas por el gobierno en lo que va de su gestión mezclada de manera desordenada con otra lista de lo que se espera hacer en los próximos dos años. Ninguna de las mencionadas, sin embargo, constituye una reforma estructural y de fondo. Y, prácticamente, todas las medidas anunciadas en el discurso tienen algo en común: suponen un mayor gasto estatal.
Diese la impresión de que, para el presidente, la receta para solucionar cualquier problema público es echarle más dinero encima. Un enfoque que preocupa sobremanera pues no es muy difícil darse cuenta de que el principal problema de nuestro gobierno no es solo no tener recursos para gastar, sino su tremenda ineficiencia en el gasto. En efecto, inyectar más recursos a los distintos sectores del Estado sin hacer reformas en los incentivos que tienen los funcionarios públicos para gestionarlos es como bombear más agua por una tubería que se encuentra rota por la mitad.
Los anuncios de mayor gasto por doquier, además, preocupan porque tienen un peligroso tinte populista. Y es que buena parte del mayor gasto consiste en aumentar las remuneraciones de los servidores públicos (por ejemplo los S/.1.000 millones que se destinarán a las mejoras salariales de maestros a los que aún no se les evalúa de forma eficiente), crear nuevos programas sociales o ampliar los existentes (sin que aún existan mediciones completas de su impacto) u otras formas de repartir entre la población más recursos de los contribuyentes (como incrementar las pensiones que se entrega a las viudas de jubilados bajo el régimen 19990). Más que estrategias para lidiar con los múltiples problemas que enfrenta el país, estas iniciativas resultan transferencias que podrían aumentar de manera facilista la alicaída popularidad del oficialismo con miras a las elecciones del 2016. El señor Humala se esforzó porque cada peruano sintiese que el gobierno había planeado un regalo para él. Así, por ratos, la fecha recordó más a la Navidad que a las Fiestas Patrias.
Por otro lado, el presidente nunca explicó cómo logrará recaudar más recursos para financiar todas sus promesas o cómo cumplirá su promesa de reducir hasta 15% la pobreza si el gobierno se concentra principalmente en más gasto corriente estatal y no en medidas estructurales para fomentar el crecimiento económico. En este sentido, se notó la ausencia de propuestas de fondo para reactivar rápidamente la paralizada inversión privada (por ejemplo reformas profundas en materia laboral o tributaria) o para que despegue la estancada inversión pública. La única medida en este sentido puede ser la propuesta –aún muy general y abstracta–que trae el plan de diversificación productiva que se publicó ayer para reducir las barreras burocráticas que enfrentan las empresas.
En el tema de la seguridad tampoco se mencionaron grandes reformas (el tema del fin del régimen 24 x 24 ni siquiera se tocó), a pesar de tratarse de la mayor preocupación de la población. Sin entrar en detalles, se prometió que se presentarían proyectos de ley para cambiar el sistema de descentralización, la distribución del canon minero y mejorar la lucha contra la corrupción.
Lo positivo del discurso fue que se puso el acento en recuperar el tiempo perdido en educación luego de que en la gestión anterior se dejaran de gastar varios millones (aunque es cierto que este gobierno paralizó la reforma de la carrera magisterial lo que contribuyó a la pérdida de tiempo) y el llamado a poner fin a la actual confrontación política (que irónicamente nace del propio oficialismo). En general, sin embargo, creemos que no nos equivocamos si decimos que el discurso no estuvo a la altura de las circunstancias que hoy atraviesa el país.