"La palabra de quien fue muy cercano durante tantos años tiene un peso específico que opera en el juicio que cada quien se forma en su fuero interno sobre el expresidente".
"La palabra de quien fue muy cercano durante tantos años tiene un peso específico que opera en el juicio que cada quien se forma en su fuero interno sobre el expresidente".
/ DIFUSION
Editorial El Comercio

En lo concerniente a su pasada actividad política como candidato y como presidente, es difícil imaginar alguien más cercano a Alan García que Luis Nava. Secretario de la Presidencia de la República ya durante el primer gobierno del hoy difunto líder aprista, Nava estrechó sus vínculos con él en la campaña del 2006 y, tras el triunfo electoral en segunda vuelta, regresó a su antiguo puesto.

Esta vez, no obstante, el cargo estuvo tocado de un aura distinta, expresada en el juramento que, a la manera de un ministro, García le tomó al estrenar su segundo mandato. En las postrimerías de ese gobierno, además, fue designado ministro de la Producción: una decisión presidencial que hizo levantar la ceja a más de uno porque el personaje en cuestión no tenía una trayectoria particularmente asociada a las habilidades y conocimientos que el manejo de esa cartera requería.

La mera enumeración de los cargos que ostentó, sin embargo, no basta para describir las dimensiones del rol de Nava al lado del ex jefe de Estado. Diversos testimonios de personas que tuvieron alguna vinculación con la segunda administración aprista hablan de él como de una suerte de cancerbero al que había que sortear o agasajar para acceder a García. Y es elocuente, en ese sentido, la precisión que hizo el exrepresentante de Odebrecht en nuestro país, Jorge Barata, en su declaración de abril de este año ante los fiscales peruanos en Curitiba. Según dijo él en esa ocasión, el entonces secretario de la presidencia era quien “abría las puertas” de Palacio (de ahí la necesidad y la conveniencia de comprenderlo en el esquema de los presuntos pagos bajo la mesa) y el nombre en código que le asignó –“Chalán”– era un guiño a la función de cuidador de caballos que tales personas desempeñan en el Perú. Esto último en referencia a un conocido apelativo del ex mandatario en los años 80.

La lealtad de Nava a García ha sido, pues, proverbial y se ha extendido casi hasta el presente, bajo la forma de una negativa cerrada a las versiones, de personas cada vez más próximas al expresidente, sobre el trasiego de dineros indebidos que lo habría tenido como ignominioso beneficiario… Y en esa medida, la circunstancia de que ahora él mismo se sume a esa lista de acusadores es devastadora.

En efecto, si lo afirmado meses atrás por el exvicepresidente de Petro-Perú Miguel Atala, sobre su involucramiento en el presunto pago de coimas a García para asegurarse de que las obras de la IIRSA Sur (iniciadas durante el período de Alejandro Toledo) seguirían adelante, tuvo un nivel de detalle que dejó la imagen del líder aprista maltrecha, la declaración requerida –igualmente minuciosa– de Nava lo toca de una manera tan cercana que los desmentidos se hacen difíciles.

Según se ha informado ayer, lo que Nava ha sostenido en una declaración ante los fiscales José Domingo Pérez y Meryl Huamán ofrecida el pasado 25 de setiembre es que, entre inicios del 2006 y setiembre del 2007 (un arco de tiempo que se inicia cuando García era candidato y se cierra cuando ya era presidente), Barata le entregó al líder aprista un total de US$680.000 en sucesivos paquetes de billetes disimulados dentro de “loncheras”. No queda claro si las supuestas entregas habrían formado parte de un ‘aporte de campaña’ o habrían sido coima monda y lironda, pero en realidad no importa: la forma y el momento del desembolso, si se confirmasen, bastarían para mellar irremediablemente la memoria del exmandatario.

Como cualquier ciudadano (y más si ya ha fallecido y no tiene cómo defenderse), Alan García merece, desde luego, gozar de la presunción de inocencia mientras no se demuestre lo contrario. Pero la palabra de quien fue muy cercano durante tantos años tiene un peso específico que opera en el juicio que cada quien se forma en su fuero interno sobre el expresidente. Y eso difícilmente tiene marcha atrás.