"Si bien la atención de estos días naturalmente está centrada en la contienda para presidente de la República, la elección parlamentaria es por lo menos igual de relevante".
"Si bien la atención de estos días naturalmente está centrada en la contienda para presidente de la República, la elección parlamentaria es por lo menos igual de relevante".
Editorial El Comercio

“Algunos hombres cambian de partido a causa de sus principios; otros cambian de principios a causa de su partido”, decía Winston Churchill, quien perteneció a diferentes organizaciones políticas a lo largo de su carrera. Hay, por supuesto, motivos perfectamente legítimos para abandonar un partido político: si, por ejemplo, este ha perdido el rumbo inicial, ha sido cooptado por intereses ilegítimos, o si entra en escena otro partido que realmente se amolde mejor a las preferencias personales, el cambio de camiseta podría ser la mejor opción.

Pero no es esto lo que se ve en el sistema político peruano. De acuerdo con una de la Unidad de Periodismo de Datos de este Diario, 665 candidatos al han postulado en elecciones pasadas con una organización distinta a la que hoy representan. De estos, no son pocos los que han cambiado tres veces o más de partido. Aunque los candidatos se esfuercen por explicar sus cambios de equipo en la coincidencia o discrepancia de visiones que súbitamente tienen cada cinco años, las posiciones ideológicas difícilmente pueden justificar este nivel de rotación.

Como es obvio, un primer nivel de análisis pone en cuestionamiento la consistencia programática de estos aspirantes al Congreso. Un candidato que, sin empachos, cambia sistemáticamente de partidos denota poca seriedad con su propia visión política e imprime una estampa oportunista sobre su trayectoria. ¿Cómo podrían los votantes confiar en alguien que a su vez no puede demostrar lealtad a principios u organizaciones que vayan más allá de sus aspiraciones personales?

En muchas ocasiones, lo que se revela más bien son ansias de poder –o de protección– para las cuales los partidos son apenas un vehículo vacío. Quizá el caso del expresidente Martín Vizcarra (hoy candidato al Congreso por Somos Perú y que en su trayectoria política acumula también candidaturas por el Apra, un movimiento regional de Moquegua y) sea el más obvio, pero ciertamente no es el único.

La discusión de fondo, sin embargo, está relacionada a la esencia de los partidos políticos que hacen posible estos enroques permanentes. Partidos sin identidad, de pobre militancia y sin visión orgánica alguna sobre el futuro del país son organizaciones ideales para intercambiar impunemente y con varios grados de libertad. Entre un cascarón vacío y otro no hay necesariamente mucha diferencia. En el sistema peruano, esto se ha normalizado durante décadas hasta niveles sumamente preocupantes para la institucionalidad democrática.

Los votantes debemos estar advertidos. El Congreso que se perfila no necesariamente será mejor que el actual o que el anterior. El posible fraccionamiento y los juegos de poder de los que hemos sido testigos en los últimos años bien podrían continuar o profundizarse, infligiendo un daño quizá irreparable al balance institucional del país.

Si bien la atención de estos días naturalmente está centrada en la contienda para presidente de la República, la parlamentaria es por lo menos igual de relevante. Ese tanto ha sido ampliamente demostrado con los acontecimientos del último lustro. Un Congreso cargado de personas improvisadas, sin experiencia o lealtad política, y en búsqueda del cargo público para satisfacer intereses particulares pondría nuevamente al país de rodillas. Si los partidos no son capaces de establecer filtros adecuados sobre sus propios candidatos, quedará la responsabilidad en los electores de no repetir errores pasados, aunque vengan ahora en un envase diferente.