Editorial: La resaca morada
Editorial: La resaca morada

Julio Guzmán, el ex candidato presidencial de Todos por el Perú (TPP) retirado de la contienda electoral por problemas relativos a la inscripción de su fórmula y la validez de la elección interna de sus integrantes, ha renunciado esta semana a ese partido para construir otro y, según ha dicho, “seguir haciendo política”. 

“Hoy la Ola Morada inicia un nuevo camino”, ha anunciado Guzmán. Pero sin aclarar antes cuál era el problema con el antiguo, que de hecho, hasta hace poco, era definido por él mismo también como “algo nuevo”. Solo el presidente de TPP, Áureo Zegarra, ha ofrecido alguna pista al respecto al revelar que el ex postulante le comunicó a la dirigencia del partido que abandona que lo hace “a pedido de muchísimos simpatizantes”.

¿Cuál es, sin embargo, el problema de todos esos simpatizantes con la organización anterior? ¿Alguna diferencia ideológica o programática? ¿Ciertas incompatibilidades con las personas que ocupaban desde antes puestos clave en ella? ¿Indicios de algún intento de excluir a su líder una vez que se supo que ya no continuaba en la carrera hacia Palacio? 

Y si así fuera, ¿se trata de inconvenientes que acaban de descubrir o los habían notado ya durante la campaña? Porque, en ese caso, obviamente tendrían que haber notificado antes a la opinión pública de ello.

Es claro, sin embargo, que existe otra posibilidad. A saber, la de que el señor Guzmán y su entorno más inmediato consideren que el respaldo que alcanzaron en algún momento en las encuestas es un capital político generado por ellos y, en esa medida, se sientan tentados a no compartirlo con sus antiguos socios. Una decisión a la que ciertamente tendrían derecho, pero que sugeriría que la más importante de las críticas que se hizo desde diversos sectores a la relación entre TPP y su frustrado candidato presidencial para los actuales comicios era válida.

Nos referimos, desde luego, a la observación de que el partido en cuestión era solo un ‘vientre de alquiler’ para él. Es decir, que Guzmán no se había acercado a esa organización a partir de coincidencias doctrinarias o una vocación de liderazgo compartido, como nos habían contado, sino simplemente porque esta tenía disponible la inscripción que le hacía falta y estaba deseosa de ponerla a su servicio.  

Siempre bajo esa hipótesis, además, la sospecha de que los problemas de inscripción y de validación interna de los candidatos obedecieron al apuro de una incorporación más interesada que orgánica al partido encontraría también sustento, dejando en mal pie no solo a quienes hoy se apartan de TPP, sino también a los que habrían ofrecido la inscripción para llevar adelante semejante aventura.

No obstante, lo más decepcionante de todo sería la comprobación de que las ínfulas de novedad con las que Guzmán y sus compañeros de viaje se ciñeron durante la campaña eran eso y nada más: adornos que proclamaban una virtud que, amén de poco explicada, resultaría inexistente. Porque nada hay tan poco novedoso en la política peruana como la formulación de un proyecto partidario al servicio de un apetito personal o grupal.    

Más que una ola morada que surge para arrasar lo viejo con su ímpetu renovador, lo que pareceríamos tener aquí es la sintomatología propia de una fiesta que se acabó. O, para continuar con la analogía marina, el retroceso de esa ola tras haber chocado con la orilla de la realidad. La resaca, que le dicen.