(Foto: Minedu/Congreso).
(Foto: Minedu/Congreso).
Editorial El Comercio

Un principio que ya pocos discuten en el Perú dice que, en materia de derechos y obligaciones ciudadanos, hombres y mujeres son iguales, y que la observancia de los comportamientos acordes con ese sistema de valores debe cumplirse tanto en la esfera pública como en la privada. Constantemente, sin embargo, ocurren en cualquiera de esas dos esferas episodios que revelan en qué medida el referido principio tiene solo una vigencia teórica.

La semana pasada, por ejemplo, se produjeron en el ámbito político dos incidentes que no pueden calificarse de otra forma que de ‘machistas’, al punto de haber obligado a quienes los provocaron a ofrecerles disculpas a las víctimas de sus desatinos.

Por un lado, en ceremonia pública, el flamante ministro de Educación, , despidió a la señora Marilú Martens, su antecesora en el cargo, con la fórmula: “Quiero que me visites lo más que puedas; además, con una ministra tan hermosa…”. Y no contento con la sugerencia de que las virtudes de la funcionaria saliente radicaban sobre todo en su apariencia, le estampó un beso en la mejilla, que ella toleró visiblemente incómoda.

Y por otro, durante una sesión de la Comisión Lava Jato en el Congreso a la que acudió la ex gerenta de Promoción de la Inversión Privada de la Municipalidad Metropolitana de Lima Giselle Zegarra, el parlamentario de Acción Popular fraseó una pregunta de forma tan irrespetuosa que motivó el retiro de la invitada, presa de una comprensible turbación. “¿Usted suele besarse con todos sus clientes?”, fue el brulote lanzado por el mencionado legislador a fin de determinar si la señora Zegarra se despedía en todos los correos que intercambiaba con las personas con las que debía comunicarse por asuntos relacionados al cargo que desempeñaba con la expresión “besos”.

La lista de ejemplos, además, puede extenderse. Recordemos si no, ese monumento a la barbarie retórica que le dedicó hace unos meses el congresista del Frente Amplio a su antigua compañera de bancada Marisa Glave (“A mí me enseñó una cosa mi madre: las mujeres después de ser chismosas son mentirosas”). O también las torpes groserías que pronunciaron los parlamentarios Edwin Donayre (Alianza para el Progreso) y Rolando Reátegui (Fuerza Popular) a propósito de la ex ministra de salud Patricia García y la legisladora Cecilia Chacón, respectivamente. “Señora, ¿no? Bueno, señorita, muy bien. Sí, porque las vírgenes han pasado muchas navidades pero ninguna nochebuena”, fue la perla de Donayre. Mientras que la de Reátegui: “Yo creo que ella tiene buenos pechos, está bien estructurada”.

Difícil olvidar también un exabrupto singularmente violento que Alejandro Toledo bramó durante la última campaña presidencial en referencia a la candidata de Fuerza Popular, , con la que competía (“Le voy a sacar el ancho a la China. Con esto me voy a matar a la China, carajo”, comentó en una reunión). Y todos estos casos solo para no salirnos del terreno de la política…

Disfrazadas de galantería u ofensas sin camuflaje, estas expresiones comportan una auténtica ‘ideología de género’. Una en la que campean prejuicios, lugares comunes y alusiones sexuales, y que pretende disminuir la capacidad de la mujer de desenvolverse en este ámbito por el hecho de serlo. Un auténtico baldazo de realidad para los que suponen que ya vivimos una primavera de igualdad y que nada ganaremos con una educación que arraigue los valores democráticos y ciudadanos que en la teoría aprobamos.

Porque, por el momento, la única primavera que parece prevalecer entre nosotros es la que días atrás ha llegado a este hemisferio y que enciende los ímpetus de la vida por renovarse. La civilización, sin embargo, ha permitido que los seres humanos aspiremos a bastante más que lo que el ciclo vital y la naturaleza nos dictan. Y es hora de que exijamos la incorporación de esa aspiración al proceder público de nuestros representantes y autoridades.