Editorial: El traje nuevo del dictador
Editorial: El traje nuevo del dictador

La intervención del presidente Pedro Pablo Kuczynski en la XXV Cumbre Iberoamericana de Cartagena y el comunicado del Ministerio de Relaciones Exteriores del Perú acerca de la situación en Venezuela han provocado una áspera reacción de parte de las autoridades de ese país. En particular, de la canciller Delcy Rodríguez.

Como se sabe, el mandatario peruano simplemente habló de “una tremenda crisis económica y también una crisis de derechos políticos” y humanos en la vecina nación, y de la necesidad de abordar el tema en la reunión a la que asistía, porque no hacerlo sería soslayar “los temas candentes” de la región. “No hay ningún afán de interferir”, puntualizó. “Pero sí un afán de que todos los latinoamericanos, los iberoamericanos progresen, adelanten y no retrocedan”.

Por su parte, en su comunicado del 29 de octubre, nuestra cancillería señaló que “en Venezuela se ha generado una alteración del orden democrático y constitucional que vulnera los principios de la Carta Democrática Interamericana” y expresó su deseo de que “el gobierno y la oposición logren acuerdos precisos con el objetivo de restaurar el orden democrático, con plazos y objetivos definidos”. 

Observaciones ambas, a decir verdad, bastante templadas y diplomáticas, considerando lo dramático de las circunstancias a las que aluden. La reacción oficial del país llanero, sin embargo, fue, más bien, altisonante. “El lenguaje de las altas autoridades de la República del Perú obedece al libreto injerencista diseñado en Washington para justificar la intervención de Venezuela en concierto con los sectores opositores antinacionales”, aseveró el Ministerio del Poder Popular para Relaciones Exteriores, en un comunicado del 30 de octubre.

Y la canciller Rodríguez aportó algunas imprecaciones de su propia cosecha. “Al presidente del Perú […], nosotros lo emplazamos a que se quite ese traje de empresario estadounidense y vea más la realidad de los pueblos de la América Latina”, proclamó, sin responder realmente a los problemas puestos de manifiesto por el mandatario y el gobierno peruanos.

La razón de la desproporción entre el estímulo y la reacción, sin embargo, no es tan difícil de desentrañar. Sucede, sencillamente, que hasta ahora ha existido una cierta actitud contemplativa o indulgente de muchos países y hasta de organizaciones internacionales frente al grave estado de la democracia en Venezuela. Lo señalado por el jefe de Estado y la cancillería de nuestro país es bastante obvio… pero nadie se atrevía a declararlo con todas sus letras.

Si de trajes hablamos, el episodio recuerda en realidad un famoso cuento de Hans Christian Andersen – “El traje nuevo del emperador”– en el que un soberano se pasea por las calles de su reino desnudo, pero nadie se atreve a decirlo porque supuestamente lleva puesto un traje muy fino, invisible para los necios (una condición que ninguno de los que lo observaban quería admitir respecto de sí mismo). Hasta que un niño, en su absoluta inocencia, lo grita en medio de la multitud y la farsa se viene abajo.

La declaración peruana ha expuesto, por fin, la desnudez de la entraña tiránica del régimen de Maduro y este ha reaccionado con virulencia, porque la complacencia de los otros estados latinoamericanos le resultaba indispensable para tratar de prolongar su ilegítimo ejercicio del poder. Y ahora, con el grito resonando en las calles, eso peligra.

De ahí que la prensa internacional haya destacado en estos días el rol de Kuczynski como “uno de los grandes protagonistas del poder latinoamericano en los próximos años” (“El País”, de España) o “el defensor de la causa opositora en el subcontinente” (“La Nación”, de Argentina). Y de ahí, también, que los diversos sectores políticos del país hayan decidido cerrar filas en esta materia con el gobierno.

Tal como ha determinado nuestra cancillería, no hace falta en realidad llamar en consulta a nuestro embajador en Caracas, pues eso constituiría una forma codificada en el lenguaje diplomático de protestar y llamarle la atención al gobierno que ha cometido un atropello, y con lo dicho en Cartagena ese propósito se ha conseguido ya largamente.