Según la última encuesta realizada por El Comercio-Ipsos (enero del 2021), un 48% de peruanos asegura que no se vacunaría contra el COVID-19. (Foto referencial).
Según la última encuesta realizada por El Comercio-Ipsos (enero del 2021), un 48% de peruanos asegura que no se vacunaría contra el COVID-19. (Foto referencial).
Editorial El Comercio

La vacunación es la clave para ponerle fin a la pandemia. Según los expertos, alrededor debe inmunizarse para que el proceso surta el efecto deseado: en sencillo, acercarnos al tipo de normalidad que el COVID-19 nos ha forzado a dejar atrás desde marzo del 2020.

En sí, la inoculación de todo un país está lejos de ser una tarea sencilla. Al arduo esfuerzo que debe hacerse para obtener las dosis del fármaco se añaden los obstáculos logísticos que dificultarán la distribución del producto y, en consecuencia, se avizora un proceso largo durante el que el virus puede seguir haciendo daño. Pero a lo anterior se suma un problema que viene creciendo desde agosto: el rechazo a las vacunas.

De acuerdo con una encuesta de El Comercio-Ipsos publicada ayer, en cinco meses, el porcentaje de personas que no se administraría una inyección para combatir el nuevo coronavirus , igualando la cifra de quienes sí se vacunarían. Una circunstancia sumamente grave en este contexto, toda vez que amenaza el deseado objetivo de ponerle fin a la epidemia que ha matado a miles de compatriotas y puesto de rodillas nuestra economía.

La desinformación –y los miedos que esta gatilla– es la principal culpable de esta situación. Según el referido estudio, por ejemplo, un 52% de los que no se vacunarían sostienen esa posición por temor a sufrir efectos secundarios, mientras que un 30% ve con preocupación lo acelerado del proceso de desarrollo de las sustancias. En todos los casos, se trata de reparos que la ciencia ha tratado de despejar en más de una ocasión. Sobre lo primero, se ha hecho énfasis en la minuciosidad de las pruebas clínicas realizadas. Sobre lo segundo, se ha dejado claro que el “desarrollo acelerado” no es sinónimo de elaboración a la volada: es la consecuencia de meses de colaboración sin precedentes entre laboratorios de todo el mundo, financiamiento significativo de los gobiernos y de la industria privada, y décadas de investigación científica previa que ofrecieron la materia prima para lo que hoy se ha conseguido. “Para el SARS-CoV-1 y el MERS-CoV ha habido intentos de vacunas. Ya se conocen las estructuras y se han venido ensayando”, explicó el epidemiólogo Edward Mezones-Holguin .

El problema es que, por distintos frentes, quienes se oponen a las vacunas –en todos los casos sin sustento real en la ciencia– han sido más eficientes que las autoridades a la hora de esparcir sus discursos disparatados (que incluyen leyendas sobre chips que se implantarían con la inoculación). Por ejemplo, un video en el que la abogada Rosa Apaza asemejaba insólitamente la vacunación al genocidio tuvo más del doble de alcance en Facebook que el video, en la misma red social, que el Ministerio de Salud publicó sobre las inyecciones el día que el presidente anunció .

Asimismo, algunos políticos han contribuido al escepticismo hacia la ciencia médica en diferentes medidas. Así como el parlamentario ha buscado declarar inconstitucional la norma que permite la distribución de la inoculación, candidatos al Congreso, como el expresidente , promueven el uso de remedios que no tienen el aval de expertos, , para tratar el mal de marras –el 13% de los que no se inmunizaría señaló que la existencia de este fármaco hace innecesaria la vacunación–.

El panorama, entonces, es gravísimo y demanda que el Gobierno aplique otro tipo de vacuna para combatir las ‘fake news’ y las mentiras: la comunicación. El Estado tiene que informar sobre la inocuidad de los productos que están por llegar y motivar a que la mayoría de los peruanos se los aplique. Esta tarea debió emprenderse desde hace mucho. Los científicos tienen que relegar a los charlatanes y la verdad, eclipsar a los farsantes.