(Foto: Reuters)
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Editorial El Comercio

Hoy se inicia la VIII Cumbre de las Américas en nuestra capital, un evento que, cada tres años, reúne a los más altos representantes de los países del continente para discutir temas y rubricar acuerdos. Y aunque la temática de la cita se conoce desde junio pasado (“Gobernabilidad democrática frente a la corrupción”), existe otro gran tópico que no debe soslayarse. Nos referimos a la paupérrima situación que atraviesa Venezuela

Cierto es que, históricamente, encuentros como el de esta semana han sido cuestionados por su inoperancia para edificar acuerdos que trasciendan las clásicas listas de buenos deseos. Y que, al no tener fuerza vinculante, mucho de lo consensuado en una cumbre puede perder músculo cuando un gobierno entrante decide desconocer de un plumazo lo firmado por su antecesor.  

Sin embargo, esto no debería desalentar a los países de esta parte del planeta a poner el tema sobre el tapete y aprovechar todos los espacios de la cita –incluyendo las reuniones bilaterales entre jefes de Estado– para unir esfuerzos en pro de los venezolanos. Al fin y al cabo, no es poco lo que pueden conseguir los estados sin necesidad de pactos extensos, como las sanciones económicas a particulares de la cúpula chavista (que ya aplican Canadá y Estados Unidos) y la posibilidad de brindar asistencia médica y facilidades migratorias a los refugiados que asoman por las calles del Perú, Colombia y Ecuador, entre otros países. 

Venezuela, como se sabe, es una dictadura. Y aquellos que hemos seguido de cerca su descalcificación hemos sido testigos de la dramática metamorfosis de un régimen que, en los últimos años, ha terminado por desnudar toda su entraña dictatorial. La última muestra de esta liquidación de la democracia ha sido la decisión del chavismo de adelantar ocho meses las elecciones presidenciales, vetando –de antemano– la participación de opositores como Henrique Capriles y Leopoldo López, o persiguiendo y empujando a otros, como Antonio Ledezma, al exilio. Es decir, asegurándose la victoria antes de que se impriman las cédulas de votación. 

Este ilegítimo adelanto de los comicios, además, terminó por pulverizar los tibios intentos de diálogo que ensayaban el régimen y la oposición en República Dominicana. Diálogos que muchos en la oposición seguían con escepticismo, pues al otro lado de la mesa se encontraba el mismo régimen que había disuelto el Poder Legislativo, convocado una fraudulenta Asamblea Constituyente, acosado a la prensa independiente y paralizado groseramente un referendo revocatorio en el 2016. El mismo régimen que –no nos cansaremos de decirlo– carga serias acusaciones por violaciones a los derechos humanos, según han denunciado organismos como la OEA y el Alto Comisionado de Derechos Humanos de la ONU. 

La crisis venezolana también se evidencia en el desplome de su economía. Según la última proyección de la Cepal, en el 2018 el PBI de Venezuela se contraería en 8,5%, una cantidad que contrasta fuertemente con el promedio para América Latina y el Caribe (que crecería 2,2%). La inflación, por otro lado, se ha hinchado de manera descontrolada. En el 2017 llegó a 2.700% y, según cálculos del FMI, treparía a más de 13.000% para fines de año. Una tasa que hace agua el dinero en el bolsillo de los ciudadanos, a pesar de las frecuentes subidas del salario mínimo decretadas por el régimen (más de seis veces en el último año). 

Todo ello enmarcado en un contexto de crisis social que se trasluce en un grave desabastecimiento de medicinas, alimentos –según el Observatorio Venezolano de Salud, el venezolano promedio perdió 8 kilos durante el 2016– y que del 2015 al 2017 ha provocado un alza de 132,5% en los migrantes que abandonan el país caribeño. 

Así las cosas, si bien fue un acierto del Gobierno Peruano retirarle la invitación a la cumbre a Nicolás Maduro por sus desvaríos dictatoriales, lo que ocurre hoy en Venezuela es tan grave que amerita una cooperación más activa entre los países. En otras palabras, aunque Maduro no venga a Lima, Venezuela no tiene por qué ausentarse de la cita. Por el contrario, si algo hemos aprendido los latinoamericanos es que el drama del país llanero nos atañe a todos en el vecindario.