
El Perú ha celebrado justificadamente el nombramiento de Robert Prevost como el 267° líder de la Iglesia Católica, el papa León XIV. Estadounidense nacionalizado peruano, hay un inocultable sentimiento de orgullo nacional que se vio fortalecido con la mención a su diócesis de Chiclayo en su primer discurso. En Lambayeque proponen ya crear el “circuito turístico papal”.
Pero hay también una arista práctica a la cercanía del nuevo pontífice con el país. La Iglesia Católica peruana, que por muchos años jugó un papel importante en la búsqueda de espacios de consenso y solidaridad entre nacionales, podría verse fortalecida. Su rol trasciende a los creyentes y feligreses.
En el contexto actual, con una notoria ausencia de líderes políticos y de otros espacios de la vida social que ayuden a encauzar visiones discrepantes, sería un error subestimar el potencial de la Iglesia. Su alcance territorial es notable, su cercanía con personas a través de diferentes posiciones sociales es inigualable, y su organización interna es respetada a lo largo y ancho de la institución (una cuestión difícil de lograr para cuerpos tan extensos). Si bien en las últimas décadas la Iglesia ha ido perdiendo vigor, esta es una oportunidad única para recuperar terreno y ser una influencia positiva sobre el Perú.
Vale notar que León XIV, en algunos aspectos, tiene semejanzas con su predecesor, Francisco. Él mismo se ha encargado de dejarlo claro en sus dos primeros discursos. Sus coincidencias de programa podrían estar, por ejemplo, en el impulso en el que ambos trabajaron los últimos años por hacer de la Iglesia una institución más receptiva y abierta, y en el interés especial por la protección del medio ambiente y de las poblaciones más vulnerables. Pero el nuevo jefe del Vaticano entra también con un estilo propio, quizá algo más reservado que Francisco, pero a la vez cercano y familiar.
La Iglesia peruana debe aprovechar este inesperado suceso para acercarse más a la población, católica y no católica. El contexto internacional incierto, el avance inexorable de la criminalidad, y la cercanía de un proceso electoral caótico en el 2026 demandan más que antes de voces sensatas que llamen a la unión. León XIV dio precisamente ese mensaje en su discurso inaugural desde el balcón. Los líderes locales –espirituales o no– harían bien en imitarlo.