Desde hace unas semanas, la versión de que el exministro de Desarrollo e Inclusión Social sería designado por el gobierno de Dina Boluarte embajador del Perú en el Vaticano empezó a tomar fuerza. Las respuestas esquivas de los integrantes del Gabinete Ministerial que fueron consultados sobre el tema dejaban abierta esa posibilidad.

Los malabares verbales del canciller Elmer Schialer daban a entender que en el Ejecutivo sí se barajaba esa opción. “Eso no lo puedo confirmar ni negar porque son cosas reservadas” dijo el titular de Torre Tagle cuando se le preguntó en RPP si la mandataria ya había firmado la resolución de nombramiento. En tanto, el primer ministro Gustavo Adrianzén fue más entusiasta y afirmó que, si Boluarte ya había tomado la decisión, “yo daría mi voto a favor”.

Lo preocupante es que nadie de su entorno le haya hecho ver a la presidenta que la designación de Demartini era una pésima idea. El extitular del Midis enfrenta una investigación preliminar por la presunta red de corrupción que se instaló en el programa Qali Warma. Con su salida del Gabinete, se podría pensar que el exministro había asumido una responsabilidad política. Sin embargo, luego él mismo se mostró más que dispuesto a aceptar el premio consuelo de la embajada. “Como lo he hecho en estos más de 20 años, siempre estaré a la orden si soy convocado para servir a mi patria”, dijo hace unos días a El Comercio.

La fiscal de la Nación, Delia Espinoza, solicitó a la Corte Suprema que dicte nueve meses de impedimento de salida del país a Demartini, como parte de la investigación que le sigue por los presuntos delitos de negociación incompatible y obstrucción a la justicia. El Poder Judicial analizará el pedido el próximo martes 4 de marzo. Pero más allá de la decisión que se tome, quizás este sea el momento de que la presidenta desista del afán de otorgarle a como dé lugar el estatus diplomático a una persona investigada por la justicia y no esperar a que se le dicte el impedimento de salida.

Tal vez, sin proponérselo, la fiscal de la Nación haya salvado al gobierno de un papelón diplomático. Es poco probable que la Santa Sede diera el beneplácito para el nombramiento de Demartini sin antes haber revisado sus antecedentes. El rechazo del Vaticano a una candidatura propuesta por el Perú hubiera sido un episodio vergonzoso para nuestra cancillería. El servicio diplomático cuenta con muchos embajadores probos y de carrera que bien podrían asumir este reto.

Editorial de El Comercio

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