
A un año de las elecciones presidenciales en Colombia, un atentado contra uno de los precandidatos que pensaba competir en ellas ha remecido ese país y ha encendido las alarmas sobre el retorno de un flagelo que ya antes hizo estragos en Latinoamérica: la violencia política. La víctima del atentado fue el senador Miguel Uribe Turbay, del partido Centro Democrático, fundado por el expresidente colombiano Álvaro Uribe Vélez y de oposición al gobierno izquierdista de Gustavo Petro. La vida del senador, como se sabe, pende de un hilo tras haber recibido dos balazos de un sicario de 15 años durante un acto público, el pasado fin de semana.
La violencia no es un ingrediente nuevo en la política en este lado del continente. En el pasado reciente se produjeron ataques armados contra postulantes a distintos cargos de elección popular o funcionarios ya elegidos en México, Ecuador y Colombia misma. Y en nuestro propio país, la demencia de Sendero Luminoso se manifestó también de esa manera algunas décadas atrás. Todo parece indicar, lamentablemente, que hablamos de un fenómeno que nunca se fue del todo y que ahora amenaza con arremeter con ferocidad renovada en la región. Una circunstancia que resulta particularmente preocupante en el Perú, cuando estamos ad portas de iniciar una campaña presidencial que se anuncia virulenta y polarizada.
Por el momento, esa hostilidad se mantiene en un terreno verbal, pero lo sucedido en el país vecino –en donde el atentado se produjo en el contexto de la confrontación generada por el presidente Petro al tratar de imponer una consulta popular por decreto– advierte del riesgo latente de que esa animosidad pase del dicho al hecho, lo que es inaceptable y cuestionable por parte de un mandatario que incluso se adelantó en X al señalar que Uribe Turbay había sido asesinado, pese a que el precandidato se encuentra luchando por su vida, hecho que posteriormente corrigió en sus redes sin mediar ninguna disculpa.
Es importante rechazar y condenar a quienes recurren a los discursos de odio y las descalificaciones personales como herramienta en el debate público. Las redes son claramente el espacio privilegiado de esas descargas de furia, pero no el único. Y los líderes de las organizaciones que se aprestan a disputar el poder son con frecuencia los principales alentadores de este fuego cruzado, salpicado de mentiras, distorsiones y prejuicios. Esto se agrava en una situación en la que la institucionalidad democrática se ve permanentemente penetrada por la criminalidad de las economías ilegales y su poder corruptor. Desde todos los sectores tenemos que hacer todo lo posible para que tengamos una campaña basada en propuestas e ideas y no en violencia.