
Posiblemente habría que retroceder hasta los tiempos de Richard Nixon, presidente de EE.UU. entre 1969 y 1974, para encontrar ejemplos de discursos oficiales de mandatarios estadounidenses que hayan causado tanta conmoción en la economía global como el anuncio de aranceles globales que impulsó esta semana Donald Trump, actual residente de la Casa Blanca.
Si bien el propio presidente republicano venía advirtiendo desde hace meses que tomaría una medida de este tipo, la extensión y profundidad de los aranceles sorprendió a todos. Con pocas excepciones como México, Canadá y Rusia, los productos del resto del mundo ahora tendrán que pagar entre 10% y 50% adicionales sobre su valor para entrar al mercado estadounidense.
En forma y fondo, las nuevas barreras comerciales son un error. Sobre lo primero, la fórmula utilizada para determinar el arancel aplicable –basada en la magnitud del déficit comercial y no, como se dijo, en “aranceles recíprocos”– es contraria a cualquier principio de economía internacional elemental. Revela una visión de suma cero que no concibe que el libre intercambio es beneficioso para ambas partes.
Sobre el fondo, los nuevos aranceles traerán una serie de problemas –varios de ellos, aún inimaginables–. El más obvio es que los consumidores de EE.UU. enfrentarán ahora mayores precios en toda clase de productos, desde vehículos hasta frutas. Políticamente, ese impacto será difícil de digerir para una población que viene ya de inflaciones elevadas en el 2021, 2022 y parte del 2023. A la actual administración estadounidense –que hizo campaña electoral atacando el incremento de precios durante la gestión de Joe Biden, el anterior presidente– no le será fácil justificar una subida considerable y autoinfligida de la canasta básica.
En una escala mayor, el riesgo mayúsculo es que Trump haya dado el puntapié inicial a una guerra comercial global en la que no hay ganadores, solo perdedores en mayor o menor escala. China ha anunciado ya altos aranceles de represalia a los productos estadounidenses. Europa podría seguir el mismo camino pronto.
Si bien los aranceles aplicados al Perú están en la escala más baja, nuestros exportadores y la economía peruana en general sentirán el efecto. En algunos productos, las diferencias en aranceles con países competidores podrían inclinar la cancha hacia uno u otro lado (con México para agroexportaciones, o con países del Asia para textiles, por ejemplo). Pero, a la larga, un mundo con barreras de este tipo, sabemos, es un mundo menos innovador, más sujeto a la corrupción y el mercantilismo, y más pobre. A menos que prevalezca pronto algo de sensatez en la administración estadounidense, de esas nadie se salva.